I. Back when I was growing up, it seemed that we had one, two, three, seven feet of snow every Christmas, and we didn’t complain—because Dad did all the driving and shoveling. The snow always made for a dizzying Christmas Eve when, after a hurried supper, Dad would haul my brothers and me upstairs, while Mom watched for Santa Claus. After an excruciating wait, he came: a thump on the roof, clatter in the living room, Mom shrieking and carrying on. When it got quiet, we flew down the stairs and there, under the silver tree, were heaps of presents. It was exhilarating.
II. Back when we were growing up, Christmas came effortlessly. How easily we were captured; how simply we surrendered. As grownups, our families and celebrations have changed. There are empty places, left by Gramas and Grampas, Moms and Dads, brothers and sisters, aunts and uncles and cousins now gone. Santa stills shows – for the kids.
III. And still, Jesus comes—to fill in those empty places at our Christmas table, the gaps under the Christmas tree—spaces only he can fill. What he brings to the feast hasn’t changed, namely, the unrelenting desire to capture our hearts. In the words of theologian Karl Rahner, the coming of Christ is an “act of love which fetches home all that will let itself be fetched home.” Like Jesus himself, and Samuel before him, we are destined for the Lord.
Jesus’ coming isn’t some old thing that happened forever ago, but a new thing that happens today. We may find ourselves nostalgic for a Christmas past, homesick for a place long gone. But our deepest longings and dreamings can only be answered in another time and place: Christmas present.
This Christmas, today, here and now, let yourself be “fetched home” by Christ.
I. Cuando era joven, parecía que teníamos uno, dos, tres, siete pies de nieve cada Navidad, y nosotros no quejamos porque Papá hacía todo el manejar y palear. La nieve hacía la Nochebuena aún más maravillosa, cuando, después de una cena apresurada, Papá llevaba a mis hermanos y yo arriba, mientras Mamá esperaba para Santa Claus. Después de una espera agotadora, él venía: un golpetazo en el techo, el estrépito en la sala, y Mamá gritando. Cuando se calmara todo, volábamos por las escaleras y allí, abajo el árbol de Navidad plateado, era un montón de regalos. Fue muy emocionante.
II. Al recordar aquellas navidades, más de los regalos, recuerdo el tiempo familiar. Aquellas noches, celebrábamos el estar juntos como familia nuclear, y más adelante, celebrábamos con familia extendida. Ahora, tanto para mí como para muchos de Ustedes, nuestras celebraciones familiares han cambiado. Algunos están muy lejos de sus familiares en estos días. Al vivir en este país, las tradiciones navideñas frecuentemente son muy distintas de sus países de origen. Otras personas están experimentando el vacío dejado por los abuelos, padres, hermanos, tíos, y primos ahora fallecidos.
III. Sin embargo, hay que recordar que Jesús viene para iluminar nuestras vidas a pesar de donde estamos. Él viene para llenar los lugares vacíos en nuestra mesa navideña, y los huecos en nuestros corazones – los espacios sólo él puede llenar. Lo que él trae a la fiesta no ha cambiado; es decir, el deseo constante de captar nuestros corazones. En palabras del teólogo Karl Rahner, la venida de Cristo es un “acto de amor que lleva a casa todo lo que se permite ser llevado a casa”. Como Jesús, y Samuel antes de él, estamos destinados para el Señor.
La venida de Jesús no es un acontecimiento antiguo que sucedió hace mucho tiempo, pero algo nuevo que sucede hoy.
Nos encontramos nostálgicos por las navidades del pasado. Pero nuestros anhelos y sueños más profundos solo pueden tener respuesta en otro tiempo y lugar: la Navidad presente.
Esta Navidad hoy, aquí y ahora, déjense ser “llevados a casa” por Cristo.