The landscapes of our earthly kingdoms—Washington, Rome, North Minneapolis, our homes—are invariably fields of weeds among wheat. Good progresses, yet evil does, too. Our discouragement with the current landscape—all those weeds—may lead us, in the words of today’s first reading, to disbelieve God’s power.
Jesus’ horticultural advice may be confounding to the conscientious gardener. He recommends letting the weeds grow: not devoting time, energy, or resources to them. We’re to give our attention to what we can control, to mind our business. Our response to evil is to intensify our practice of faith, hope, and love: to double down on being good wheat, a mustard seed, a bit of yeast. That bit of yeast, after all, can leaven a whole batch of flour. The holy man or woman can transform a Church. Ignatius of Loyola the soldier became Ignatius the founder. Dorothy Day the atheist became Dorothy the servant of God. Oscar Romero the prelate became Oscar the martyr. Who might you or I become with God’s grace?
If Jesus’ apparently passive response to evil leaves us agitated or uncomfortable, then he’s accomplished what he intended: parables are meant to unsettle us. We’re challenged to exercise power in the way that God exercises power: with restraint, patience, and leniency. Our expectation that good will appear, that the kingdom of heaven will grow, is grounded in the fact of God’s relentlessness in sowing good seed, and the perpetual unfolding of time in which human freedom can respond. In the landscape of God’s kingdom, what appear to be weeds will ripen into wheat; good endures, life wins. Divine wisdom and grace, God’s mastery over all things, will set things right. In God’s Kingdom, it’s always too soon for discouragement, too early to pull the weeds.
xxx
Los paisajes de nuestros reinos terrenales —Washington, Roma, el norte de Minneapolis, nuestros hogares— son indudablemente campos de malas hierbas entre el trigo. El bien progresa, pero el mal también lo hace. Nuestro desánimo con el paisaje actual—todas esas cenizas—puede llevarnos, en palabras de la primera lectura de hoy, a no creer en el poder de Dios.
El consejo sobre horticultura que Jesús da, puede ser confuso para el jardinero escrupuloso. Recomienda dejar crecer las malas hierbas: no dedicarles tiempo, energía ni recursos. Debemos prestar nuestra atención a lo que podemos controlar, a los asuntos que nos ocupa. Nuestra respuesta al mal es intensificar nuestra práctica de fe, esperanza y amor: ser trigo bueno, una semilla de mostaza, un poco de levadura. Ese trozo de levadura, después de todo, puede dejar un lote entero de harina. El hombre o la mujer santos pueden transformar una Iglesia. Ignacio de Loyola el soldado se convirtió en Ignacio el fundador. Dorothy Day la atea se convirtió en Dorothy la sierva de Dios. Oscar Romero el prelado se convirtió en Oscar el mártir. ¿En quién podríamos llegar a ser tú o yo con la gracia de Dios?
Si la respuesta aparentemente pasiva de Jesús al mal nos deja agitados o incómodos, entonces ha logrado lo que pretendía: las parábolas están destinadas a inquietarnos. Tenemos el desafío de ejercer el poder de la misma manera en que Dios ejerce el poder: con moderación, paciencia y clemencia. Nuestra expectativa de que el bien aparezca, de que el reino de los cielos crezca, se basa en el hecho de lo implacable que es Dios al sembrar buena semilla, y en el desarrollo perpetuo del tiempo en el que la libertad humana puede responder. En el paisaje del reino de Dios, lo que parecen ser malas hierbas madurarán en trigo; el bueno perdura, la vida gana. La sabiduría y la gracia divina, el dominio de Dios sobre todas las cosas, harán las cosas bien. En el Reino de Dios, siempre es demasiado pronto para el desaliento, demasiado pronto para tirar de las malas hierbas.