I hate to wait. I hate waiting for the pizza guy. I hate lines at Target. I hate waiting for Mass or a movie to start. I can’t wait more than a second or two for a test result. Or election results. Waiting equals agitating.
In a cartoon in The New Yorker, a man walked the street carrying a sign reading, “The world is coming to an end—again.” The gospel’s call to readiness is not about waiting in anxiety and agitation for that precise moment when destiny might arrive, say, for example, for a new president to be elected, or for the Messiah to come. It’s about being ready for the coming of Christ every moment of our lives, no matter what president is elected; being present to the coming of Christ, no matter what moment, no matter what.
So, for those distressed at the state of affairs in our country and world, with crises and conflicts and clashes, a pandemic, and rage; with the threats of arrests and deportation and the undoing of families; and in the face of our weakened bodies and tired spirits, we do not retreat from faith and its practice, “as those who have no hope,” St. Paul says. Rather, we stride more deeply and resolutely into our life with Jesus Christ—at times, perhaps, our only hope. Times of testing and decision are always at hand and can happen at any moment in ways we can’t predict. If we make a habit of prayer—seeking wisdom—and our relationship with Jesus Christ a priority, we’re ready and well equipped for the twists of life that test our strength and resources: we’ll be well-oiled. St. Paul says today, “encourage one another with these words.”
xxx
Odio esperar. Odio esperar al de las pizzas. Odio las líneas en Target. Odio esperar a que empiece la misa o una película. No puedo esperar más de un segundo o dos por un resultado de la prueba. O los resultados de una elección. Esperar es igual a agitar.
En una caricatura en The New Yorker, un hombre caminó por la calle llevando un letrero que decía: “El mundo está llegando a su fin, otra vez”. El llamado del Evangelio a la preparación no se trata de esperar en ansiedad y agitación para ese momento preciso en que el destino podría llegar, digamos, por ejemplo, para que un nuevo presidente sea elegido, o para que venga el Mesías. Se trata de estar preparados para la venida de Cristo en cada momento de nuestra vida, sin importar lo que sea el presidente elegido, estar presentes a la venida de Cristo, pase lo que pase.
Por lo tanto, para los afligidos por la situación en nuestro país y el mundo, con crisis, conflictos y enfrentamientos, una pandemia y rabia; con las amenazas de detenciones y deportaciones y la desatención de las familias; y frente a nuestros cuerpos debilitados y espíritus cansados, no nos retiramos de la fe y de su práctica, “como los que no tienen esperanza”, dice San Pablo. Más bien, entramos más profundamente y decididamente en nuestra vida con Jesucristo, a veces, tal vez, nuestra única esperanza. Los tiempos de prueba y decisión siempre están a la mano y pueden ocurrir en cualquier momento de maneras que no podemos predecir. Si hacemos de la oración —buscar sabiduría— y nuestra relación con Jesucristo una prioridad, estamos listos y bien equipados para los giros de la vida que ponen a prueba nuestra fuerza y recursos: estamos bien engrasados. San Pablo dice hoy, “Consuelense unos a otros con estas palabras”.