I. An “impediment” is, literally, something that gets in the way of our feet—our “pedi,” in Latin (pedal, pedestrian, pedicure). Jesus poked, spat, and groaned to heal the man with hearing and speech impediments. Back in the olden days, when some of you were baptized, the priest reenacted, to a certain degree, Jesus’ hands-on healing. The priest stuck his fingers into your ears and put salt on your tongue, and said: “Ephphatha—Be opened!” But, more than difficulties with hearing or speaking, Isaiah maintains that our real impediment in proclaiming and living God, is fear: a lack of faith. We’re afraid that the grand hopes that Isaiah sings of today can never come to be. Fear impedes us from stepping into the future; it paralyzes us; it gets in the way of our feet.
II. Poet Rainer Rilke says that an infant’s journey into human awareness, its rescue from fear, and from what he calls the “surging abyss,” depends on hearing the mother’s voice: her loving sounds and gentle cadence, her coaxing words, her verbal caresses.
Christianity is a particular kind of language: a “mother tongue.” More than mere instruction, Christianity’s most enduring outcomes are the effects of words and works that encourage and edify. Theology is great—but paramount is Jesus’ voice: his loving sounds and gentle cadence, his coaxing words, his verbal caresses.
III. With a moan and a touch, Jesus shares his steady, gentle strength with the man in today’s gospel, opening the man’s ears, loosening his tongue, lessening his fear. Likewise, with tender words and compassionate companions, a Spirit-filled piece of bread and sip of wine, Jesus shares that same gentle strength with us—restoring, reassuring, reconciling. He opens our ears, our minds and hearts, loosens our tongues, lessens our fear. He rescues us from the “surging abyss.”
“Ephphatha! Be opened!”
Español
I. Todo nosotros tenemos algunos miedos: el miedo de arañas, serpientes o ratas, por ejemplo. Miedos más profundos, tal vez: como el miedo del estado general del mundo que estamos dejando a nuestros hijos y las generaciones futuras. A veces me siento que mis miedos me roben de la esperanza.
Isaías, en sus palabras de la primera lectura, nos dice, “¡Ánimo! No teman.” Y sigue describiendo que los ciegos pueden ver; los sordos, oír; los mudos, cantar; y los cojos, saltar, si verdaderamente confiamos en Dios Salvador. Yo creo en estas palabras, pero, sí, falto fe en ellas. En mi rezo diario, pido al Señor día tras día por más confianza en El y su plan para mí y el mundo. Necesito y quiero que mis oídos, mis ojos y mi corazón estén más abiertos.
II. La poeta Rainer Rilke dice que el viaje del bebé desde el vientre a la conciencia humana, y su rescate del miedo y el caos del nuevo mundo que lo rodea, depende de la voz de la madre: sus sonidos amorosos y cadencia suave, sus palabras consoladoras, sus caricias verbales.
El cristianismo es un tipo de “lengua materna”. Más allá de mera instrucción, los resultados más duraderos del cristianismo, son los efectos de palabras y obras que ayudan a construir un mundo más valiente, noble, y verdadero. La teología es importante—pero aún más importante y fundamental es la manifestación de la voz de Jesús: sus sonidos amorosos y cadencia suave, sus palabras consoladoras, sus caricias verbales.
III. Con un gemido y un toque, Jesús comparte su fuerza estable y suave con el hombre en el evangelio de hoy por abrir sus oídos, aflojar su lengua, y disminuir su miedo. Asimismo, con palabras ternuras y compañeros compasivos, un pedazo de pan lleno del Espíritu y un sorbo de vino, Jesús comparte esa misma fuerza suave con nosotros—restaurándonos, tranquilizándonos, reconciliándonos. Él abre nuestros oídos, mentes y corazones, se afloja nuestras lenguas, disminuye nuestro miedo. Él nos sana por rescatar a nosotros desde el caos de la vida. Confiemos en Él.
“¡Effetá! Ábrete!”