In his remarkable, radiant memoir, The Planet of the Blind, Stephen Kuusisto chronicles a life of “trying to pass,” as he says, as a sighted person. Trained as a child to disavow his blindness, Kuusisto spent his life pretending to see much better than he actually could. He writes,
My success, such as it is, depends on an array of acquired and practiced skills. I possess tremendous hand-to-eye coordination: if I know that a football is being thrown my way, I can often catch it… It is the unfamiliar or the unexpected that can catch me, and when it does, I find that with a little vaudeville shambling, I can appear merely confused. Everyone walks into a coatrack or a closet – at least now or then.
All the while, he says, he was “a tired kid.”
It’s preposterous to live as though you can see. Looking back, I can scarcely imagine the energy it took.
We are called “children of light,” enlightened as we are by Christ. But does our success, such as it is, depend on a lifetime of lifeless “acquired and practiced skills?” Do we too often get by with a little “vaudeville shambling?” Are we “trying to pass,” reluctant to admit that we’re blind, unwilling to accept the help we need, slow to seek a Savior? Imagine the energy that takes.
The darkness Jesus speaks of today is not simply blindness – that’s no sin: that he can heal. More grave is the willful blindness to our blindness.
Not until he was nearly forty did Stephen Kuusisto concede his blindness. He partnered with Corky, a yellow Lab, a powerful ally who became his “guiding eyes.” He calls her, “my familiar” and, referencing the great prima ballerina, “my Pavlova.”
At every curb we come to a reliable and firm stop. I cannot fall… We are a self-conferred powerhouse, we two. At the age of thirty-nine I learn to walk upright… Why didn’t I yield to this earlier? Why did I take so long?
So it is these days, right? Has there ever been a corporate moment in our lifetimes that has made our powerlessness so evident, a moment of disorientation on such a grand scale, a time when we have so needed a companion to provide us with “guiding eyes?” Try as we might to proceed as normal these days, pretending we can see where we’re headed, all of us are off balance. Like the Pharisees, some might ask if it is because of our sin that this plague has come upon us. No, Jesus says. But it is a moment that God might be made visible.
When it comes to surrendering to our “guiding eyes” and walking upright, Mr. Kuusisto’s question is ours: Why didn’t we yield to this earlier? Why did we, why do we, take so long? Acknowledging our blindness – not once-and-for-all, but day after day – we allow Jesus Christ to be those “guiding eyes,” we allow Jesus to be our “familiar,” our “Pavlova.” We see as Jesus sees, and live, finally, as Jesus lives. A powerhouse, we two.
En su notable y radiante memoria, El planeta de los ciegos, Stephen Kuusisto narra una vida de “tratando de pasar”, como él dice, como una persona vidente. Entrenado como un niño para negar su ceguera, Kuusisto pasó su vida fingiendo ver mucho mejor de lo que realmente podía. Él escribe:
Mi éxito, tal como es, depende de una variedad de habilidades adquiridas y practicadas. Yo poseo una tremenda coordinación mano y ojo: si sé que un balón de fútbol se lanza hacia mí, a menudo puedo atraparlo … Es lo desconocido o lo inesperado lo que me puede apresar, y cuando lo hace, lo encuentro un poco engañoso, puede parecer simplemente confundido. Todos entramos en un perchero o en un armario, de vez en cuando.
El dice que todo el tiempo era “un niño cansado”.
Es absurdo vivir como si pudieras ver. Mirando hacia atrás, apenas puedo imaginar la energía que le tomó.
Somos llamados “hijos de la luz”, iluminados tal y como somos por Cristo. ¿Pero nuestro éxito, tal como es, depende de toda una vida de “habilidades adquiridas y practicadas” sin una técnica, sin que nadie nos las haya mostrado? ¿Con demasiada frecuencia nos las arreglamos con un pequeño “balbuceo de engaño”? ¿Estamos “tratando de pasar”, reacios a admitir que somos ciegos, no estamos dispuestos a aceptar la ayuda que necesitamos, y somos lentos para buscar un Salvador? Imagina la energía que lleva.
La oscuridad de la que Jesús nos habla no es simplemente ceguera, eso no es un pecado. Que El puede sanar. Más grave es la ceguera a nuestra ceguera.
No fue hasta que tenía casi cuarenta años que Stephen Kuusisto admitió su ceguera. Se asoció con el laboratorio Corky, un poderoso aliado que se convirtió en su “ojos guía”. Él le llama “mi familiar”.
En cada curva llegamos a una parada confiable y firme. No puedo caer … Somos una potencia auto conferida, nosotros dos. A los treinta y nueve años aprendo a caminar erguido … ¿Por qué no cedí a esto antes? ¿Por qué me tomó tanto tiempo?
Así es en estos días, ¿verdad? ¿Ha habido alguna vez grandes momentos en nuestras vidas que ha hecho visible nuestra impotencia, un momento de desorientación a gran escala cuando hemos necesitado un compañero que nos brinde ser nuestros “ojos guía”? Al igual que los fariseos, podríamos preguntarnos si es por nuestro pecado que esta plaga nos ha sobrevenido. No, dice Jesús. Sin embargo, es un momento en que Dios podría hacerse visible. La pregunta del Sr. Kuusisto es nuestra: ¿por qué no cedimos a esto antes? ¿Por qué nos demoramos tanto?
Al reconocer nuestra ceguera, no de una vez por todas, sino día tras día, permitimos que Jesucristo sea nuestro “ojo guía”, nuestro “familiar”. Vemos como Jesús ve, y vivimos, finalmente, como Jesús vive. Una potencia, nosotros dos, El y yo juntos.