Jueves de la tercera semana de Adviento
Primera lectura
Aquí viene mi amado saltando por los montes,
retozando por las colinas.
Mi amado es como una gacela, es como un venadito,
que se detiene detrás de nuestra tapia,
espía por las ventanas y mira a través del enrejado.
Mi amado me habla así:
“Levántate, amada mía, hermosa mía, y ven.
Mira que el invierno ya pasó;
han terminado las lluvias y se han ido.
La flores brotan ya sobre la tierra;
ha llegado la estación de los cantos;
el arrullo de las tórtolas se escucha en el campo;
ya apuntan los frutos en la higuera
y las viñas en flor exhalan su fragancia.
Levántate, amada mía, hermosa mía, y ven.
Paloma mía, que anidas en las hendiduras de las rocas,
en las grietas de las peñas escarpadas,
déjame ver tu rostro y hazme oír tu voz,
porque tu voz es dulce y tu rostro encantador”.
O bien:
da gritos de júbilo, Israel,
gózate y regocíjate de todo corazón, Jerusalén.El Señor ha levantado su sentencia contra ti,
ha expulsado a todos tus enemigos.
El Señor será el rey de Israel en medio de ti
y ya no temerás ningún mal.Aquel día dirán a Jerusalén:
“No temas, Sión,
que no desfallezcan tus manos.
El Señor, tu Dios, tu poderoso salvador,
está en medio de ti.
Él se goza y se complace en ti;
él te ama y se llenará de júbilo por tu causa,
como en los días de fiesta”.
Salmo Responsorial
R. Demos gracias a Dios, al son del arpa.
Demos gracias a Dios, al son del arpa,
que la lira acompañe nuestros cantos;
cantemos en su honor nuevos cantares,
al compás de instrumentos alabémoslo.
R. Demos gracias a Dios, al son del arpa.
Los proyectos de Dios duran por siempre;
los planes de su amor, todos los siglos.
Feliz la nación cuyo Dios es el Señor;
dichoso el pueblo que escogió por suyo.
R. Demos gracias a Dios, al son del arpa.
En el Señor está nuestra esperanza,
pues él es nuestra ayuda y nuestro amparo;
en el Señor se alegra el corazón
y en él hemos confiado.
R. Demos gracias a Dios, al son del arpa.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
Emmanuel, rey y legislador nuestro,
ven, Señor, a salvarnos.
R. Aleluya
Evangelio
En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea y, entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la creatura saltó en su seno.
Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”.