Martes de la XXXI semana del Tiempo ordinario
Primera lectura
Hermanos:
Tengan los mismos sentimientos
que tuvo Cristo Jesús,
el cual, siendo Dios,
no consideró que debía aferrarse
a las prerrogativas de su condición divina,
sino que, por el contrario, se anonadó a sí mismo
tomando la condición de siervo,
y se hizo semejante a los hombres.
Así, hecho uno de ellos, se humilló a sí mismo
y por obediencia aceptó incluso la muerte,
y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas
y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre,
para que al nombre de Jesús, todos doblen la rodilla
en el cielo, en la tierra y en los abismos,
y todos reconozcan públicamente que Jesucristo es el Señor,
para gloria de Dios Padre.
Salmo Responsorial
R. Alabemos juntos al Señor.
Le cumpliré mis promesas al Señor
delante de sus fieles.
Los pobres comerán hasta saciarse
y alabarán al Señor los que lo buscan:
su corazón ha de vivir para siempre. R.
R. Alabemos juntos al Señor.
Recordarán al Señor y volverán a él
desde los ultimos lugares del mundo;
en su presencia se postrarán
todas las familias de los pueblos. R.
R. Alabemos juntos al Señor.
Porque del Señor es rey,
él gobierna a los pueblos.
y sólo ante él se postrarán
todos los que mueren. R.
R. Alabemos juntos al Señor.
Mi descendencia lo servirá
y le contará a la siguiente generación,
al pueblo que ha de nacer,
la justicia del Señor
y todo lo que él ha hecho. R.
R. Alabemos juntos al Señor.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
Vengan a mí, todos los que están fatigados
y agobiados por la carga,
y yo les daré alivio, dice el Señor.
R. Aleluya.
Evangelio
En aquel tiempo, uno de los que estaban sentados a la mesa con Jesús le dijo: “Dichoso aquel que participe en el banquete del Reino de Dios”.
Entonces Jesús le dijo: “Un hombre preparó un gran banquete y convidó a muchas personas. Cuando llegó la hora del banquete, mandó un criado suyo a avisarles a los invitados que vinieran, porque ya todo estaba listo. Pero todos, sin excepción, comenzaron a disculparse. Uno le dijo: ‘Compré un terreno y necesito ir a verlo; te ruego que me disculpes’. Otro le dijo: ‘Compré cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego que me disculpes’. Y otro más le dijo: ‘Acabo de casarme y por eso no puedo ir’.
Volvió el criado y le contó todo al amo. Entonces el señor se enojó y le dijo al criado: ‘Sal corriendo a las plazas y a las calles de la ciudad y trae a mi casa a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos’.
Cuando regresó el criado, le dijo: ‘Señor, hice lo que me ordenaste, y todavía hay lugar’. Entonces el amo respondió: ‘Sal a los caminos y a las veredas; insísteles a todos para que vengan y se llene mi casa. Yo les aseguro que ninguno de los primeros invitados participará de mi banquete’ ”.