Our Ascension School Fifth Graders presented a dramatic presentation of the Stations of the Cross on Thursday. One scholar, portraying a soldier, told me that he had to hold onto Jesus’ arm throughout the story. He said Jesus was a criminal and the authorities probably thought he’d run. I asked if he understood why they considered Jesus a criminal. He responded that Jesus said some stuff they didn’t like. He did a lot of good things, but they killed him anyway. He added, “It was messed up.” That caught my ear. There’s my Good Friday homily, I thought: Things are messed up. In the end, I went with another idea Friday, but thought that if things are still messed up on Sunday, I’ll use it then. So, this morning, I checked CNN, and found that things are still messed up. The world and the country are messed up. Our neighborhood is messed up. Our families are messed up. The parish is doing okay. But the pastor is really messed up.
The Lord is risen, but nothing’s changed, nothing changes. So, pray tell, what’s the point?
The late Harvard chaplain, Father Peter Gomes writes,
The heart and burden of the Easter story is not that the world changed, but that ordinary men and women were changed from the ordinary to the extraordinary… They were no longer in awe of people who had power over them…They astonished everyone who knew them before the resurrection. Can these be the same people who never understood one of Jesus’ parables, who were always late, who were never in the right place at the right time, who denied him, who shivered at the foot of the cross, who ran into the darkness, and who didn’t even believe the good news when they first heard it? Could it be these the same people who were now turning the world upside down?
Of all the messed-up things in life, the worst, of course, is death. We’ve never gotten used to it. And along the way, there is all that other dying: the end of how things used to be, the loss of a love, happiness stolen away time and again by some sickness or circumstance. But having a friend who rose from the dead is a game changer. Death loses its swagger, its sting. That’s not the stuff of doctrine. Those first disciples weren’t transformed by a catechism. They had a friend who rose from the dead. Jesus Christ was in the house.
At the end of the Catholic funeral Mass, I stand in the center aisle in front of what once was human life, now a stone-cold corpse or a box of ashes. The rite says that, with “sure and certain hope,” we’ll see our beloved again “when the love of Christ, which conquers all things, destroys even death itself.” And then we make our way toward the grave singing, “Alleluia.” Let me say that again: We walk to the grave singing, “Alleluia.” To some, that’s messed up. But, you see, we have a friend who rose from the dead. Jesus Christ is in the house.
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Nuestros estudiantes de quinto grado presentaron el Vía Crucis el jueves. Un estudiante que representaba a un soldado, me dijo que tenía que aferrarse al brazo de Jesús durante toda la historia. Dijo que Jesús era un criminal y que las autoridades probablemente pensaron que él iba a huir. Le pregunté si entendía por qué Jesús era considerado un criminal. Dijo que Jesús había dicho algunas cosas que no les gustaban a algunas personas. A pesar de que hizo cosas buenas, lo mataron. Y agregó: “Era un desmadre”. Eso me llamó la atención. Allí está mi homilía de Viernes Santo: “Algunas veces las cosas son un desmadre”. Al final, fui con otra idea el viernes, pero pensé que si las cosas todavía son un caos el domingo, la usaré entonces. Entonces, esta mañana, revisé las noticias, y las cosas todavía siguen siendo un desmadre. El mundo y el país, nuestro vecindario, nuestras familias son un desmadre. Nuestra parroquia está bien. Pero el pastor son realmente un desmadre.
El Señor puede resucitar, pero nada ha cambiado, nada cambia. ¿Cuál es el punto?
El difunto capellán de Harvard, el Padre Peter Gomes, escribió,
El corazón y la carga de la historia de Pascua no es que el mundo cambió, sino que los hombres y mujeres comunes y corrientes fueron cambiados de lo ordinario a lo extraordinario… Ya no estaban asombrados de la gente que tenía poder sobre ellos… Asombraron a todos los que los conocían antes de la resurrección. ¿Pueden ser estas las mismas personas que nunca entendieron una de las parábolas de Jesús, que siempre llegaron tarde, que nunca estuvieron en el lugar correcto en el momento adecuado, que lo negaron, que temblaron al pie de la cruz, que se toparon con la oscuridad, y que ni siquiera creyeron la buena noticia cuando la escucharon por primera vez? ¿Podrían ser estas las mismas personas que ahora estaban poniendo el mundo patas arriba?
De todas las cosas desordenadas en la vida, la peor, por supuesto, es la muerte. Nunca nos hemos acostumbrado. Y en el camino, hay toda esa otra muerte: el final de cómo solían ser las cosas, la pérdida de un amor, la felicidad robada una y otra vez por alguna enfermedad o circunstancia. Pero tener un amigo que resucitó de entre los muertos cambia todo. La muerte deja de envalentonarse y pierde su aguijón. No es una cosa de doctrina. Esos primeros discípulos no fueron transformados por un catecismo. Tenían un amigo que resucitó de entre los muertos. Jesucristo estaba en la habitación.
Al final de una Misa de funeral católico, me paro en el pasillo central frente a lo que una vez fue la vida humana, ahora un cadáver o una caja de cenizas. El rito dice que, con “esperanza segura y cierta”, volveremos a ver a nuestro ser querido “cuando el amor de Cristo, que conquista todas las cosas, destruya incluso la muerte misma”. Y luego nos dirigimos hacia la tumba cantando: “Aleluya”. Decirlo de nuevo: Caminamos hacia la tumba cantando: “Aleluya”. Para algunos, eso es un desmadre. Pero, tenemos un amigo que resucitó de entre los muertos. Jesucristo está en esta habitación.