Some questions make me squirm, like, “How’s that diet going?” or “Are you saved?” Or, “Do you love me?” Jesus poses that awkward one to Peter not once, but three times—not because of insecurity on Jesus’ part, but to offer Peter, after his three-time denial, the opportunity for rehabilitation, redemption, and resurrection.
In his repeated question, Jesus makes it clear that he wants disciples who are outstanding in love. What else but passion accounts for what we hear throughout the Acts of the Apostles, the post-resurrection chronicles? Today we hear that the disciples were beaten and imprisoned, yet “they rejoiced that they had been found worthy to suffer dishonor for the sake of Jesus’ name.” We have no proof of the resurrection—no one saw it—so the best evidence we have is the dramatic difference in the disciples’ attitudes and actions after Jesus’ resurrection: how they went from fear and denial to courage and boldness; how they were transformed by the “Easter Factor.” Those who have experienced the Risen One, God’s unrestrained love personified, become disciples—even those of us who, like Peter, stumble in loving.
Does the “Easter Factor” figure in our lives? Only after Peter experienced the resurrected Lord was he able to extend the love and life of Jesus Christ. Like Peter, without a relationship with the resurrected Lord, without a power and source and inspiration and passion quite beyond my own, I am powerless to be a disciple, to extend the love and life of Jesus Christ. Father Pedro Arrupe writes, “Fall in love, stay in love, and it will decide everything.”
“Do you love me?” Crucial question. Critical answer.
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Algunas preguntas me hacen incómodo como “¿Cómo te va la dieta?” o “¿Estás salvado?” O, “¿Me amas?” Jesús pregunta esa última a Pedro—no una vez, sino tres veces—no por la inseguridad de Jesús, sino para ofrecer a Pedro, después de su negación de Jesús en tres ocasiones, la oportunidad de rehabilitación, redención, y resurrección.
Con su pregunta repetida, Jesús deja claro que quiere discípulos que sepan amar como El lo hacía. Solamente ésta pasión explica lo que escuchamos a lo largo de los Hechos de los Apóstoles, las crónicas de la vida de los discípulos después de la resurrección de Jesús. Hoy, oímos que los discípulos fueron golpeados y encarcelados… y “felices de haber padecido aquellos ultrajes por el nombre de Jesús”. Debido a que no tenemos pruebas de la resurrección—nadie la vio—la mejor evidencia que tenemos de ella es la dramática diferencia en las actitudes y acciones de los discípulos. Ellos pasaron del temor y la negación al valor y la audacia. Fueron transformados por lo que llamamos el “factor de la Pascua”. Los que han presenciado la resurrección, el amor desenfrenado de Dios, se convierten en discípulos—incluso aquellos de nosotros que, como Pedro, han fracasado en el amor.
¿Qué significa el “factor de la Pascua” en nuestras vidas? ¿Hemos sido agarrados por el poder de la resurrección? Sólo después de que Pedro experimentó al Señor resucitado fue capaz de extender el amor y la vida de Jesucristo. Como Pedro, sin una relación con el Señor resucitado, sin un poder, una fuente, una inspiración y una pasión más allá de la mía, soy impotente para ser un discípulo, para extender el amor y la vida de Jesucristo. “Enamórate,” escribe Padre Pedro Arrupe, “y eso lo decidirá todo.”
“¿Me amas?” Pregunta asombrosa. Respuesta crucial.