I saw a t-shirt recently. “I met God,” it said. “She’s black.” Why does that grab our attention? We know that God is neither male nor female, with no skin color: God has no skin. But, at the same time, we, most of us, imagine God as male and probably not black. Jesus, of course, called God, “Father.” In our Judeo-Christian tradition, God’s pronouns are he/him/his. Whatever else the t-shirt may provoke, I’d be delighted if a black child saw it and, realizing that God isn’t an old white guy, wondered, “What does it say about me?”
Pope John Paul I said that “God is more mother than father.” And the revered 15th-century theologian and mystic Julian of Norwich writes, “We owe our being to God—and this is the essence of motherhood!—and all the delightful, loving protection which ever follows. God is as really our Mother as our Father.” Yes, Jesus said, “The Father and I are one.” But consider our oneness with our mothers, the intimate physical union with those to whom we owe our being. You who are mothers know how it felt to have your child literally attached to you. Imagine if we children could recall how it felt to be so attached. Jesus knew that deeply intimate union, that he would not be taken out of God’s hand. He surrendered to a cross so that we would believe it.
In our place and time, the age of anxiety in which we live with its myriad personal and public challenges, we desperately want to know that we will not be taken out of God’s hand. We need, like Julian, to know God’s “delightful, loving protection.” That knowledge allowed Julian famously to say, in the face of death, “All shall be well, and all shall be well, and all manner of things shall be well.”
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Vi una camiseta que decía, “Conocí a Dios. Ella es negra”. ¿Qué nos provoca esto? Sabemos que Dios no es ni hombre ni mujer, no tiene color de piel: Dios no tiene piel. Pero, al mismo tiempo, nosotros imaginamos a Dios como hombre y probablemente no que sea negro. Jesús, por supuesto, llamó a Dios “Padre”. En nuestra tradición judeocristiana, Dios es Él. Cualquier cosa que la camiseta pueda provocar, estaría encantado si un niño negro la viera y, al darse cuenta de que Dios no es un viejo blanco, se preguntara: “¿Qué dice de mí?”
El Papa Juan Pablo I dijo que “Dios es más madre que padre”. Y la teóloga y mística del siglo 15, Julian de Norwich escribe: “Le debemos nuestro ser a Dios, ¡y esta es la esencia de la maternidad!, y toda la protección deliciosa y amorosa que sigue. Dios es realmente nuestra Madre como nuestro Padre”.
Sí, Jesús dijo: “El Padre y yo somos uno”. Pero consideremos nuestra unidad con nuestras madres, la íntima unión física con aquellas a quienes debemos nuestro ser. Ustedes, que son madres, saben lo que se siente al tener a su hijo literalmente apegado a ustedes. Imagínese si los niños pudiéramos recordar cómo se sentían estar apegados. Jesús sabía esa unión profundamente íntima, que no sería arrebatada de la mano de Dios. Se entregó a una cruz para que lo creyéramos.
En nuestro lugar y tiempo, la era de la ansiedad en la que vivimos con sus innumerables desafíos personales y públicos, queremos desesperadamente saber que no seremos arrebatados de la mano de Dios. Necesitamos, como Julian, conocer la “protección deliciosa y amorosa” de Dios. Ese conocimiento le permitió a Julian decir famosamente, frente a la muerte: “Todo estará bien, y todo estará bien, y toda clase de cosas estarán bien”.