I am grateful for the gift of a good education. The other day, I counted the number of theology courses I’ve had in my life. They add up to exactly one million. Sadly, I only remember seven or eight things. One is the classic description of the Trinity. The Father’s love is so great that it must be expressed, and so it spills into creation as the Word, the Son, the Beloved. The Holy Spirit is nothing less than the dynamic love between the Father and Son: love itself. Father, Son, and Holy Spirit: all giving and receiving love all the time.
Today we hear that Jesus extends the Holy Spirit to us, looping us into the circle of divine loving. While we can’t seem to shake the stubborn notion that God is up there and we are down here, the truth is that we are enveloped in God’s loving presence, accompanying us amid shame, anxiety, fear or grief or whatever else threatens us. Theologian Catherine LaCugna writes that any thought of God not giving, not outpouring, not self-surrendering, not totally loving is “a theological impossibility and absurdity. God only and always loves.” That God does not love every person at every moment in every circumstance is impossible and absurd.
Saints are saints because they know that are wrapped in Jesus’ arms, that he is their constant companion. This is no mere intellectual understanding or assent. They experience Jesus as readily as you do the person sitting next to you. St. Óscar Romero faced martyrdom with every word he spoke. Yet he said,
Christians must always nourish in their hearts the fullness of joy. Try to do that, sisters and brothers. I have tried it many times, and in the most bitter situations, when slander and persecution are at their worst. I have united myself intimately with Christ as my friend, and I have tasted a sweetness that all the joys of earth cannot give. It is the joy of God’s intimacy, the profoundest joy the heart can experience.
“The love of God has been poured out into our hearts,” St. Paul says. That’s why he can claim that hope does not disappoint.
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Estoy agradecido por el regalo de una buena educación. El otro día, conté el número de cursos de teología que he tenido en mi vida. Suman exactamente un millón. Lamentablemente, recuerdo solo siete u ocho cosas. Una es la descripción clásica de la Santísima Trinidad. El amor del Padre es tan grande que debe ser expresado, y como este es derramado en la creación como la Palabra, el Hijo, el Amado. El Espíritu Santo es nada menos que el amor dinámico entre el Padre y el Hijo: este es el amor mismo. Padre, Hijo y Espíritu Santo: todos dando y recibiendo amor siempre.
Hoy escuchamos que Jesús extiende el Espíritu Santo sobre nosotros, envolviendonos en el círculo del amor divino. Tenemos la noción persistente de que Dios está allá arriba y nosotros estamos aquí abajo. Pero, la verdad es que estamos envueltos en la presencia del amor de Dios amor, manteniéndonos cerca ante cualquier vergüenza, ansiedad, miedo o dolor que nos amenace. La teóloga Catherine LaCugna escribe que cualquier pensamiento de Dios no es dado, no derrama, no se entrega a sí mismo, no ama totalmente esto es “una imposibilidad teológica y es un absurdo. Dios siempre nos ama”. Pensar que Dios no ama a cada persona en cada momento en cada circunstancia es imposible y es absurdo.
Los santos son santos porque saben que están envueltos en los brazos de Jesús, que él es su compañero constante. Esto no es una mera comprensión o una aprobación intelectual. Ellos experimentan a Jesús como lo hace la persona que está a tu lado. San Óscar Romero se enfrentaba el martirio con cada palabra que pronunciaba. Sin embargo, dijo:
Los cristianos deben alimentar siempre en sus corazones la plenitud de la alegría. Traten de hacer eso, hermanas y hermanos. Lo he intentado muchas veces, y en las situaciones más amargas, cuando la calumnia y la persecución están en su peor momento. Me he unido íntimamente con Cristo como mi amigo, y he probado una dulzura que todas las alegrías de la tierra no pueden dar. Es el gozo de la intimidad de Dios, el gozo más profundo que el corazón puede experimentar.
“Dios ha infudido su amor en nuestros corazones,” dice San Pablo. Es por eso que puede afirmar que la esperanza no defrauda.