Being a very late middle-aged celibate male, I am, of course, an expert in parenting. On my Target runs, I observe and judge (harshly) the interaction of parents with their children. When I hear a child scream, “I want this…” or “I need that…”—a video game, for example, or some more sugar—I think, “If I’d ever talked like that to my father…” or “When I was your age…” But of course, I had my own style of asking and pleading and pouting. I persisted, I was relentless, because, like all children, I knew that if I wanted or needed something, the only way I could possibly get itwas from my parents. They were my lifeline, my only hope.
Demanding children in the aisles of Target make me wonder if I’m too genteel in my prayer. “Please, God, I need this…” or “Please, God, I would like that…” I knock politely, not persistently. Maybe I need to throw myself on the floor and yell. One commentator writes that, grammatically, we use the imperative form in the Lord’s Prayer. It’s not, “May I please have some bread?” but, “Give me some bread!” Not “Please, please forgive me,” but, “Take my sins away!” Period. Exclamation mark! The same writer characterizes God’s conversation with Abraham today and other prophets’ conversations with God as “jawboning:” forceful, persuasive, familiar—like family.
Now, of course, the harder and longer I knock and the longer and louder I scream doesn’t mean at all that I’ll get what I want. Like a parent, God knows my real and essential needs. And when I don’t get what I think I need, God can seem as unreasonable, stingy and cruel as my parents did when I was denied at six. But jawboning with Jesus, praying persistently, quite remarkably builds an ever more authentic, familiar, and intimate relationship with him. Through it all we come to share his Holy Spirit, our lifeline, our only hope.
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Siendo un hombre célibe de mediana edad muy tardío, soy, por supuesto, un experto en la crianza de los hijos. Cuando voy a Target, observo y juzgo la interacción de los padres con sus hijos. Cuando escucho a un niño gritar: “Quiero esto…” o “Necesito eso…”, un videojuego, por ejemplo, o un poco más de dulces, pienso: “Si alguna vez hubiera hablado así con mi padre…” o “Cuando tenía tu edad…” Pero, por supuesto, tenía mi propio estilo de preguntar, suplicar y hacer pucheros. Persistí, yo era implacable, porque, como todos los niños, sabía que si quería o necesitaba algo, la única forma en que podía obtenerlo era de mis padres. Ellos eran mi sustento, mi única esperanza.
Niños exigentes en los pasillos de Target me hacen preguntarme si soy demasiado gentil en mi oración. “Por favor, Señor, necesito esto …” o “Por favor, Señor, me gustaría eso…”Llamo cortésmente, no persistentemente. Tal vez necesito tirarme al suelo y gritar. Un comentarista escribe que, gramaticalmente, usamos la forma imperativa en el Padre Nuestro. No es, “¿Puedo por favor tener un poco de pan?” sino, “¡Dame un poco de pan!”No “Por favor, por favor perdóname”, sino, “¡Quita mis pecados!”Punto. ¡Signo de exclamación! El mismo escritor caracteriza las conversaciones de Dios con Abrahán hoy y otras conversaciones con otras profetas como contundentes, persuasivas, familiares, igual que en la familia.
Por supuesto, cuanto más tiempo golpeo y más fuerte grito no significa en absoluto que obtendré lo que quiero. Como un padre, Dios conoce mis necesidades reales y esenciales. Y cuando no obtengo lo que quiero, Dios puede parecer tan irrazonable, tacaño y cruel como lo hicieron mis padres cuando yo tenía seis años. Pero hablando con franqueza con Jesús, orando persistentemente, se construye notablemente una relación cada vez más auténtica, familiar e íntima con él. A través de todo esto llegamos a saber más que nunca que Jesús es nuestro sustento, nuestra única esperanza.