Although nuanced, we’re asked today to compare God to a stubborn and dishonest judge to demonstrate how badgering God with requests ultimately pays off. It’s not a helpful exercise for me. If things were so, cancer would be cured, we’d have world peace, and I would live on the Amalfi coast. I think the widow in the story presents a better image of God. She is persistent in resisting injustice, takes it on and denounces it until justice has been done. We, too, are to pray and work for justice without wearying because God never slumbers nor sleeps, never wearies, in urging the world forward to justice. To be persistent in having faith that justice will one day come is to be like God.
I am even fonder of the image of persistence in prayer in today’s first reading, one of the most poignant in Scripture, I think. Moses, amid a battle, stood and prayed with arms raised. When he was exhausted, Aaron and Hur got on either side of him and held his arms so that, it says, “his hands remained steady until sunset.” When we can’t pray anymore, when we can’t manage another word, somebody will take over, holding us up, steadying us until sunset. In a community of believers, there’s always somebody who’s got our back—and our arms.
All the somebodies who’ve got our back are sacraments of the ultimate somebody who’s got our back, namely, Jesus. Badgering Jesus is unnecessary: he’s always there, always here. We need to be persistent in being attentive to him to nurture our relationship and deepen our connection. In loving conversation, we will certainly not find a dispassionate judge, but a confidant and constant companion, our champion. Persistence in prayer is time well spent, St. Paul says, “whether it is convenient or inconvenient.”
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Hoy se nos pide que comparemos a Dios con un juez obstinado y deshonesto para demostrar que acosando a Dios dará frutos. No es un ejercicio útil para mí. No puedo evitar pensar que si así fuera, el cáncer se curaría, tendríamos paz mundial y ¿por qué no? yo viviría en la costa de Italia. Creo que es la viuda de la historia quien nos da una imagen mejor de Dios. Ella resiste, lucha, y denuncia la injusticia hasta que llega la justicia. Oramos y trabajamos por la justicia sin cansarnos porque Dios nunca se cansa de impulsarnos hacia la justicia. Tener fe en que se hará justicia es ser como Dios.
Me gusta más la imagen de la oración persistente, una de las más conmovedoras de todas las Escrituras, en la primera lectura de hoy. Moisés, en medio de una batalla, se puso de pie y continuamente extendió sus manos orando. Cuando estaba exhausto, Aaron y Hur se pusieron a cada lado de él para levantar las manos de modo que, dice, “hasta la puesta del sol”. Cuando no podemos orar, cuando no podemos manejar otra palabra, alguien se acerca, nos sostiene, nos estabiliza hasta el atardecer. En una comunidad de creyentes, siempre hay alguien que nos apoya.
Todos esos alguien que nos apoya son sacramentos de Jesucristo, quien es el último alguien que nos apoya. Acosar a Jesús es innecesario: siempre está ahí, siempre está aquí. Simplemente necesitamos estar atentos a él para nutrir nuestra relación y profundizar nuestra conexión. En una conversación amorosa, nunca pensaríamos que Jesús es un juez desapasionado. En una conversación regular y persistente, llegamos a conocerlo como nuestro confidente y compañero constante, nuestro campeón. Tiempo bien empleado, como dice San Pablo, “a tiempo y a destiempo”.