An article titled, “Jesus Was a Wimp,” discusses something called “Macho Christianity.” The article describes the trend as “a movement started by men who say traditional church services are just too feminine and sissy.” One follower says that Christian men need to be toughened up. “A meek and mild Jesus,” he says, “is a bore.”
One wonders where these macho men would stand in today’s gospel story. “You’re a Savior? Save yourself, wimp!” The inscription over Jesus’ head—“This is the King of the Jews”—was meant to get a laugh. Who could imagine this sorry excuse for a man, this pathetic wimp, a king?
The culture that Jesus initiated on the cross is revolutionary. He subverts all common notions of power and strength. No, Jesus doesn’t save himself because he knows he’s already saved. Without vengeance, held safe as the beloved by God and therefore unafraid of death, undergoes it all willingly to save others. He becomes the ultimate scapegoat, standing in the place of the outcast and oppressed: wimps, sissies, queers, white trash, black trash, aliens and illegals, the misfits, the wounded, all those we make outsiders so that we can imagine ourselves the insiders.
On this Feast of Christ the King, we recommit ourselves to that strange and misunderstood kingdom where the would-be wimp is king. We commit ourselves to being less occupied with saving ourselves than spending ourselves: standing with whoever is unwelcome, without regard to our reputation, our livelihood, even our lives; recognizing, at last, that our greatest strength is our weakness, our emptiness, our openness, our eagerness to accept a power beyond our own. We rehearse that kingdom in this community, in this Eucharist, over and over, again and again, until we get it right, fortifying ourselves to practice it beyond these walls. We imitate the one who looks death in the face and gladly takes it on: Jesus the Wimp, King of the Universe.
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Un artículo titulado, “Jesús era un debilucho cobarde”, discute el “cristianismo machista”. El artículo lo describe como “un movimiento iniciado por hombres que dicen que las ceremonias religiosas tradicionales son demasiado femeninas y mariquitas”. Un seguidor dice que los hombres cristianos necesitan ser endurecidos. “Un Jesús manso y apacible”, dice, “es muy aburrido”.
Uno se pregunta dónde estarían estos hombres machistas en la historia del evangelio de hoy. “¿Eres un Salvador? ¡Sálvate, débil cobarde!” La inscripción sobre la cabeza de Jesús: “Este es el rey de los judíos”, estaba allí para burlarse. ¿Quién podría imaginar esta excusa patética que un hombre, que es débil y cobarde, sea un rey?
La cultura que Jesús inició en la cruz es revolucionaria. Trastorna todas las nociones comunes de poder y fuerza. No, Jesús no se salva a sí mismo porque sabe que ya es salvo. Sin venganza, mantenido seguro como amado por Dios y, por lo tanto, sin miedo a la muerte, lo sufre todo voluntariamente para salvar a otros. Se convierte en el último chivo expiatorio, en el lugar de los oprimidos: los débiles, marginados, femininas, extranjeros e ilegales, los inadaptados, los heridos, todos aquellos que nos hacemos forasteros para convertirnos en los de adentro.
En esta fiesta de Cristo Rey, nos comprometemos nuevamente con ese reino extraño e incomprendido donde el cobarde y débil es rey. Nos ocupamos cada vez menos de nuestra salvación y nos gastamos a nosotros mismos: apoyando a quien no sea bienvenido, sin tener en cuenta nuestra reputación, nuestro sustento, incluso nuestras vidas; Reconociendo, por fin, que nuestra mayor fortaleza es nuestra debilidad, nuestro vacío, nuestra apertura, nuestro afán de aceptar un poder más allá del nuestro. Ensayamos ese reino en esta comunidad, en esta Eucaristía, una y otra vez, hasta que lo hacemos bien, fortificándonos para practicarlo más allá de estos muros. Imitamos al que mira a la muerte a la cara y con gusto la asume, Jesús el débil, el cobarde, el rey del universo.