I’m on my 66th Advent. Isn’t Jesus here yet? A more pertinent question may be, “Are we there yet?” After 66 years, shouldn’t my spiritual life be richer? Shouldn’t I have a more stable emotional life? Shouldn’t that addiction or neurosis finally be under control? Shouldn’t my marriage, my family, my work, my life, shouldn’t it all, shouldn’t I, be better? Aren’t we there yet? It’s the interminable road trip.
As to whether our fundamental longings can be satisfied, our wounds healed, I’m increasingly more resigned to the reality that there may not be a cure. That’s not what one wants to hear from the doctor. The best we can do is manage the thing. Some emotional wounds and spiritual longings can be so deep that the hope, the expectation that they will heal and disappear is simply not realistic. Sorry.
But there’s a Christian plan for wound management. It does, however, demand a painstaking relationship with Jesus Christ, time and space devoted to him. Jesus will lay his hands (his wounded hands, by the way) on the parts that ache. He dresses and blesses our bleeding, weeping wounds. He wraps us in his arms and holds us, calming us when the pain is great. And, if only for the moment, we are safe in the Reign of God.
Is he here yet? Yes. Are we there yet? No. It’s that exasperating thing about God’s Reign “already but not yet” here. Jesus came: he’s with us. And he will come again. And again, and again. But only if we let him in—again and again and again. And again.
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Estoy en mi sexagésimo sexto Adviento. ¿No está Jesús aquí todavía? Una pregunta más pertinente pudiera ser: “¿Ya hemos llegado?” Después de sesenta y seis años, ¿no debería mi vida espiritual ser más rica? ¿No debería tener una vida emocional más estable? ¿No debería esa adicción o neurosis finalmente estar bajo control? ¿No debería mi matrimonio, mi familia, mi trabajo, mi vida, mi mismo ser mejor? ¿Todavía no hemos llegado? Es un viaje interminable.
Si nuestros anhelos fundamentales pueden ser satisfechos, nuestras heridas curadas, estoy más resignado a la realidad de que puede que no haya una cura. Eso no es lo que se quiere escuchar del médico. Pero tal vez lo mejor que podemos hacer es manejarla. Algunas heridas emocionales y anhelos espirituales pueden ser tan profundos que la esperanza y la expectativa de que serán sanados y desaparecerán simplemente no son realistas. Lo siento.
Pero hay un plan cristiano para el manejo de heridas. Sin embargo, esto nos exige una relación minuciosa con Jesucristo con tiempo y espacio dedicados a él. Jesús pone sus manos (sus manos heridas, por cierto) en las partes que duelen. Él viste y bendice nuestras heridas sangrantes. Nos envuelve en sus brazos y nos sostiene, consolándonos y cálmanos cuando el dolor es grande. Por el momento, estamos seguros en el Reino de Dios.
¿Ya el está aquí? Sí. ¿Ya hemos llegado? No. Es esa cosa exasperante acerca de que el Reino “ya pero todavía no” está aquí. Jesús vino: está con nosotros. Y él vendrá otra vez. Y una y otra vez. Pero solo si lo dejamos entrar, una y otra y otra vez. Y otra vez.