I had lunch on Friday with my friend Ann, a social worker and therapist, and asked her if she could tell me why, at my advanced age, I feel quite unadvanced when it comes to emotional and psychological and spiritual maturity, why I still feel unsettled with some of life’s most basic questions. Looking around Red Cow I said, “Everyone else seems so content and self-assured—like they’ve got things figured out.” Ann responded, “Well, they’re not and they don’t. You’re doing the work and they don’t have a clue where to start. Just eat your lunch.” So I ate.
George Carlin once said, “Just when I discovered the meaning of life, they changed it.” At the age of seventy-five, Abram probably figured he’d made it, that he was where he was supposed to be. But then he had to pack it all up and go. Jesus’ disciples had been to the mountaintop: nirvana. They wanted to pitch their tents there. Jesus tells them to get up and get going.
Being ill at ease during Lent is fortuitous. It’s always uncomfortable to have to leave where we are, to get out of the old La-Z-Boy, and undo well-practiced, tired ways of being. It’s always uncomfortable to be reminded that an authentic Christian life always includes surrender and transformation. Lent is not intended to recall a notable death and resurrection two thousand some years ago but provides an opportunity for dying and rising here and now.
Clarissa Pinkola Estés writes,
We all have a heritage of being gutted…We have also, of necessity, perfected the knack of resurrection.
All of us, like the disciples, have found ourselves face down on the ground: frightened, confused, doubting, questioning, crying, dying. As Christians, we’re not immune from any of that. But as Christians we meet the call to get up and get going, again and again, practicing until perfected the knack of resurrection: our transfiguration.
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Este viernes almorcé con mi amiga, Anita, que es una trabajadora social y terapeuta. Le pregunté por qué, a esta edad, siento que no he avanzado nada en lo que se trata de madurez emocional, psicológica y espiritual, por qué todavía me siento incómodo con algunas de las preguntas más básicas de la vida. Mirando alrededor del restaurante donde comíamos dije: “Todos parecen tan contentas y seguras, como si ya hubieran resuelto todas las cosas”. Anita respondió: “Ellos no han resuelto nada y no lo resolverán. Tú ya estás haciendo el trabajo y ellos no tienen ni idea de por dónde empezar. Come.” Y pues, comí.
Un comediante dijo: “Justo después descubrí el significado de la vida, alguien lo cambió”. A la edad de setenta y cinco años, Abram probablemente pensó que lo había logrado, que estaba donde se suponía que debía estar. Pero luego tuvo que empacar todo e irse. Los discípulos de Jesús habían estado en la cima de la montaña. Querían montar sus tiendas allí. Jesús les dijo que se levantaran y se fueran.
Estar incómodo durante la Cuaresma es fortuito. Siempre es incómodo tener que salir de donde estamos, salir de mi zona de confort y terminar con las buenas prácticas que cansan aúnque estén bien. Es incómodo recordar que una vida cristiana auténtica siempre incluye entrega y transformación. La Cuaresma no tiene la intención de recordar una muerte y resurrección relevante hace dos mil años, sino que brinda una oportunidad para morir y resucitar aquí y ahora.
Clarissa Pinkola Estés escribe:
Todos tenemos una herencia de ser destripados … También, por necesidad, hemos perfeccionado la habilidad de la resurrección.
Todos nosotros, como los discípulos, nos hemos encontrado alguna vez en nuestra vida, boca abajo y contra el suelo: asustados, confundidos, dudando, cuestionando, llorando, muriendo. Como cristianos, no somos inmunes a nada de eso. Pero como cristianos nos respondemos al llamado a levantarnos y ponernos en marcha, otra y otra vez. Y practica hasta perfeccionar la habilidad de la resurrección: nuestra transfiguración.