They devoted themselves to the teaching of the apostles and to the communal life, to the breaking of bread and to the prayers. They had all things in common. Every day they devoted themselves to meeting together in the temple area. They ate their meals with exultation and sincerity of heart, praising God.
The Acts of the Apostles tells of a remarkably vibrant community born out of Jesus’ Resurrection. I got a snapshot of something of the same at our celebrations last week. After Mass on our warm and sunny Easter Sunday, parishioners left Mass and danced to mariachi and hip-hop courtesy of DJs Isaac and Roman. People took loads of time to talk. There was laughter as they took loads of Easter selfies, and smiles as they downed loads of Easter sugar. There were Easter baskets for every kid. (Except five because we ran out.) And moving through the crowd, as usual, was Frankie, the best hospitality minister any parish could hope for, high-fiving the world. As I took it all in, it occurred to me at a certain point that all the joy and festivity was being experienced and expressed in most cases, by people with complicated lives, some with physical or emotional distress, or a family or relationship challenge, some with deep and long-suffered wounds. But on a sunny Easter day, we danced, we laughed, we high-fived.
Today’s gospel is a story about Thomas coming to believe in the Resurrection. He learned in a rather dramatic way that woundedness and resurrection can coexist. Christ’s wounds did not, our wounds do not, end in death.
In chapters to come of the Acts of the Apostles, we’ll begin to see the wheels start to come off their happy wagon. Nevertheless, some 2000 years later, we’re still breaking bread and saying prayers, and witnessing in Easter joy and festivity that goodness is stronger than evil, that light is stronger than darkness, that life is stronger than death. Though we bear any variety of wounds, we sing “Alleluia” and high-five. How have we held onto that divine mercy of mercies? How have we come to believe without seeing? By devoting ourselves to the teaching of the apostles and to the communal life, to the breaking of bread and to the prayers.
***
Eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la comunión fraterna, en la fracción del pan y en las oraciones. Tenían todo en común. Diariamente se reunían en el templo. Partían el pan y comían juntos, con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios.
Los Hechos de los Apóstoles hablan de una comunidad notablemente vibrante nacida de la resurrección de Jesús. Recibí una instantánea de algo de lo mismo en nuestras celebraciones la semana pasada. Después de la misa en nuestro cálido y soleado domingo de Pascua, los feligreses salieron de la misa y bailaron mariachi y hip-hop cortesía de los DJs Isaac y Roman. La gente se tomó mucho tiempo para hablar. Hubo risas mientras tomaban un montón de selfies de Pascua, y sonrisas mientras comían un montón de dulces de Pascua. Había canastas de Pascua para cada niño. (Excepto cinco porque se nos acabó). Y moviéndose entre la multitud, como de costumbre, estaba Frankie, el mejor ministro de hospitalidad, high-fiving con el mundo.
Mientras asimilaba todo, se me ocurrió en cierto momento que toda la alegría y la festividad estaban siendo experimentadas y expresadas en la mayoría de los casos, por personas con vidas complicadas, algunas con angustia física o emocional, o un desafío familiar o de relación, algunas con heridas profundas y sufridas durante mucho tiempo. Pero en un soleado día de Pascua, nosotros bailamos, reímos, y high-fived.
El evangelio de hoy es una historia acerca de Tomás llegando a creer en la resurrección. Aprendió de una manera bastante dramática que la herida y la resurrección pueden coexistir. Las heridas de Cristo y nuestras heridas no terminaron en muerte.
En los capítulos venideros de los Hechos de los Apóstoles, comenzaremos a ver que las ruedas comienzan a salir de su vagón feliz. Sin embargo, unos 2000 años después, todavía estamos partiendo el pan y rezando, y presenciando en la alegría y la festividad de Pascua que la bondad es más fuerte que el mal, que la luz es más fuerte que la oscuridad, que la vida es más fuerte que la muerte. Aunque tenemos cualquier variedad de heridas, cantamos “Aleluya” y high-five. ¿Cómo nos hemos aferrado a esa divina misericordia de misericordias? ¿Cómo hemos llegado a creer sin ver? Dedicándonos a la enseñanza de los apóstoles y a la vida comunitaria, a la fracción del pan y a las oraciones.