Friday was the Feast of the Sacred Heart of Jesus. Greeks of an earlier time might have celebrated the Feast of the Sacred Spleen. Or they might have said that they love you with their whole liver. While we know the heart to be our core and the source of all love and compassion, for the Greeks it was from the spleen, the liver, the kidneys, one’s innards, that all feeling and emotion flowed. When Jesus encounters the troubled and abandoned in today’s gospel and is “moved with pity,” the Greek verb splachnizomai is used: stirred in one’s splachna, one’s bowels, the gut.
How does one acquire such deeply felt compassion for the troubled and abandoned, such profound passion for the marginalized, such love for children and the poor? How does one move beyond knowledge of injustice to feeling another’s pain and suffering in your very gut?
Jesus sent out the disciples not only to get a break from them, but so that they would come to feel what he felt and love as he loved, with his heart. In St. Luke’s telling, Jesus instructs the disciples to stay with those they visit, to spend time with them. Eat what is set before you, get a taste their food, get a taste of them, their culture, their experience, their lives. Then you might come to care for them.
At Ascension, we don’t have to travel far to get to know someone whose life experience is vastly different from our own. We can do that right here in encounter after encounter. That is the aim of synodality. Pope Francis says that “Being Church is being a community that walks together. It is not enough to have a synod, you must be a synod.” That demands, in the words of St. Benedict, that we listen to one another with the ears of our heart. And, perhaps, to hear one another with the ears of our gut.
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El viernes pasado fue la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Los griegos de una época anterior podrían haber celebrado la Fiesta del Bazo Sagrado. O amarte con todo su hígado. Si bien sabemos que el corazón es nuestro núcleo, que es la fuente de todo amor y compasión, en ese entonces, para los griegos, todo sentimiento y emoción fluían desde el bazo, el hígado, los riñones, y las entrañas. Cuando Jesús se encuentra con los atribulados y abandonados en el evangelio de hoy y “se compadece,” se usa el verbo griego splachnizomai: agitado en la splachna, en las entrañas, en la panza.
¿Cómo podemos adquirir una compasión tan profundamente sentida por los atribulados y abandonados, una pasión tan profunda por los marginados, tal amor por los niños y los pobres? ¿Cómo puede uno ir más allá del conocimiento de la injusticia para sentir el dolor y el sufrimiento de otro en sus entrañas?
Jesús envió a los discípulos no solo para descansar de ellos, sino para que llegaran a sentir lo que él sentía y amaba como amaba, con su corazón. En el relato de San Lucas, Jesús instruye a los discípulos a quedarse con aquellos que visitaban, a pasar tiempo con ellos. Come lo que se te da, prueba su comida, prueba su cultura, su experiencia, sus vidas. Entonces podrás venir a cuidar de ellos.
En Ascensión, no tenemos que viajar muy lejos para conocer a alguien cuya experiencia de vida es muy diferente a la nuestra. Podemos hacer eso aquí mismo, encuentro tras encuentro. Ese es el objetivo de la sinodalidad. El Papa Francisco dice que “Ser Iglesia es ser una comunidad que camina junta. No es suficiente tener un sínodo, debes ser un sínodo”. Eso exige, en palabras de San Benito, que nos escuchemos unos a otros con los oídos del corazón. Y escuchar a otros con los oídos de la panza.