In a presentation titled, “The Danger of a Single Story,” writer Chimamanda Ngozi Adichie says that, as impressionable children, some of us absorbed and adopted one-dimensional impressions of certain classes of people after hearing “single stories” about them. I, like many white kids, learned that Black people were violent, so we became afraid of them. People from Mexico or Poland who didn’t speak English weren’t very smart. Boys were this, girls were that. There were single stories about the divorced, the Irish, the Japanese, Native Americans, Protestants and Jews. More recently, we’ve promulgated the single story about Muslims: they’re terrorists. As a relatively intelligent, worldly-wise grown-up, I’d like to think I’m beyond those simple-minded one-dimensional impressions. Yet I know that, like a stubborn virus, racist, sexist, and classist residue remains embedded in me due to those dangerous single stories.
Pope Francis teaches that a so-called “culture of encounter” fosters dialogue and friendship outside our usual circles, among different cultures and ethnicities, and especially with the struggling and the marginalized. Encuentro isn’t just a meeting, but a safe, peaceful, and inclusive communion. Presumably it’s one of the reasons you have chosen our diverse, multicultural community.
Here at Ascension in north Minneapolis, we are blessed with the ever-challenging yet ever-graced opportunity to build that “beloved community” where we practice the way we think things are done in the Kingdom of Heaven, offering an alternative to society’s sickening spectacle of hostility and xenophobia and populism gone mad. That we live in an intentionally reconciling community means that we strive to be peaceable with those who unsettle us, not relying on our own puny resources, but accessing here Jesus’ magnanimous “seventy times seven” spirit. The servant who was forgiven by the king was asked to forgive his fellow servant a debt of one six-hundred-thousandth of what he had been forgiven. We can do that. Let’s pray for at least the desire to do that.
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Como niños impresionables, algunos de nosotros absorbimos y adoptamos ideas simples o equivocadas de ciertas clases de personas después de escuchar “historias individuales” sobre ellas. Yo, como muchos niños blancos, aprendí que los negros eran violentos, así que les tuvimos miedo. Las personas de México o Polonia que no hablaban inglés no eran muy inteligentes. Los niños y las niñas eran esto o aquello. Había historias individuales sobre los divorciados, los irlandeses, los japoneses, los nativos americanos, los protestantes y los judíos. Más recientemente, hemos promulgado la única historia sobre los musulmanes: son terroristas. Como un adulto relativamente inteligente y maduro, me gustaría pensar que estoy más allá de esas impresiones unidimensionales. Sin embargo, sé que, como un virus obstinado, los efectos residuales del racismo, sexismo y clasismo permanecen incrustados en mí debido a esas peligrosas historias individuales.
El Papa Francisco enseña que una “cultura del encuentro” fomenta el diálogo y la amistad fuera de nuestros círculos habituales, entre diferentes culturas y etnias, y especialmente con los que luchan y los marginados. El encuentro no es solo una reunión, sino una comunión segura, pacífica e inclusiva. Presumiblemente es una de las razones por las que ha elegido nuestra comunidad diversa y multicultural.
Aquí en Ascension en el norte de Minneapolis, somos bendecidos con la oportunidad siempre desafiante pero siempre agraciada de construir esa “comunidad amada” donde practicamos la forma en que pensamos que se hacen las cosas en el Reino de los Cielos, ofreciendo una alternativa al repugnante espectáculo de hostilidad, xenofobia y populismo enloquecido de la sociedad. Que vivamos en una comunidad intencionalmente reconciliadora significa que nos esforzamos por ser pacíficos con aquellos que nos inquietan, no confiando en nuestros propios recursos insignificantes, sino accediendo aquí al espíritu magnánimo de Jesús de “setenta veces siete”. Al siervo que fue perdonado por el rey se le pidió que perdonara a su compañero una deuda de seiscientas milésimas partes de lo que había sido perdonado. Podemos hacerlo. Oremos por al menos el deseo de hacer eso.