Throughout the year, I go to more than a few fundraisers, wedding receptions, and other such gala events. I typically skip the cocktail hour and arrive just in time for dinner. I’m not entirely antisocial, but being somewhat shy, I find all the mixing and mingling, the schmoozing and small talk difficult. There’s a tee-shirt out there that I’m dying to get. It reads, “Sorry I’m late. I didn’t want to come.”
In today’s gospel, those who were invited didn’t only drop in late: they blew the whole thing off. They didn’t see it as an invitation to feast on grace, but a serious inconvenience and burden. Their refusal was risky: the invitation was from the king himself, a command performance. And indeed, it ended up being a life-or-death matter. His reaction of burning down their houses is arguably over-the-top and disturbing, especially today, given what we’re witnessing in real life.
After all the invitations to the feast that we’ve received and refused, again and again, we stick to our agenda, our menu, our comfy clothes, and live our days and lives just the way we planned. And after all those invitations received and refused, it doesn’t seem like a life-or-death matter with dire consequences for party poopers. But be assured, it is. When will we finally give in, when will we break down, when will we surrender and collapse into mercy and grace? If only for today, can we say, “Yes, I’ll be there, with pleasure. Sorry I’m late.”
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A lo largo del año, asisto a algunos eventos de recaudación de fondos, recepciones de bodas y otros eventos de gala similares. Por lo general, me salto la hora del cóctel y llego justo a tiempo para la cena. No soy del todo antisocial, pero al ser algo tímido, encuentro difícil toda la charla trivial. Hay una camiseta por ahí que me muero por conseguir. Dice: “Lo siento, llego tarde. No quería venir”.
En el evangelio de hoy, los que fueron invitados no solo llegaron tarde, sino que lo dejaron todo. No esperaban una fiesta, pero veían todo el asunto como un serio inconveniente y una carga. Su negativa era arriesgada: la invitación se trataba del propio rey. Y, de hecho, terminó siendo un asunto de vida o muerte. Su reacción exagerada de quemar sus casas es inquietante, y lo parece especialmente hoy, dado lo que estamos presenciando en la vida real.
Después de todas las invitaciones a la fiesta que hemos recibido y rechazado, una y otra vez, nos apegamos a nuestra agenda, nuestro menú y nuestra manera, y vivimos nuestros días y vidas como lo hemos planeado. Y después de todas esas invitaciones recibidas y rechazadas, no parece un asunto de vida o muerte con consecuencias nefastas para los aguafiestas. Pero tenga la seguridad de que lo es. ¿Cuándo nos rendiremos finalmente, cuándo nos colapsaremos en la misericordia y gracia? Aunque solo sea por hoy, que nuestra respuesta sea: “Sí, estaré allí, con mucho gusto. Lo siento, llego tarde”.