En la novela, La casa de arena y niebla, un padre, está de rodillas y presiona su cabeza contra el suelo de la sala de espera de un hospital y le ruega a Dios que salve a su hijo gravemente herido. Angustiado, el hombre reza,
Haré lo que sea Tu voluntad. Compraré diez kilos de la semilla más fina y encontraré una mezquita americana y se las daré de comer a todos los pájaros… Les daré de comer delante de las iglesias de los cristianos. Les daré de comer a las puertas de los templos judíos. Dejaré que los pájaros me cubran y luego volveré con más semillas y los alimentaré de nuevo.
En la versión cinematográfica, el hombre añade el grito histérico: “¡Dejaré que los pájaros me cubran y me saquen los ojos! ¡Quiero solo a mi hijo!”. Sospecho que todos nosotros hemos negociado con Dios. Especialmente cuando se trata de una cuestión de vida o muerte.
Jesús responde a tales negociaciones azotando el látigo. Trastorna el mercado y deshace el sacrificio. Su ira surge de su preocupación por los pobres y vulnerables, que están siendo explotados. Él sabe que el favor de Dios no se puede comprar con un buey, una oveja o una paloma. Limpia el templo y luego lo reubica. Ahora bien, no es necesario viajar a un lugar sagrado para encontrarse con Dios, porque Jesús mismo es el templo donde Dios y la humanidad se encuentran, el lugar preeminente de encuentro con Dios. El favor de Dios no necesita ser comprado porque Jesús mismo es el favor de Dios: disponible, accesible, sin sacrificio ni negociación necesaria.
Así como Jesús es nuestro encuentro con Dios, el sacramento de Dios, la Iglesia es el sacramento de Cristo Resucitado. Juntos somos el cuerpo de Cristo. Juntos somos el templo de Dios. “Dios-con-nosotros” está con nosotros en nuestra comunión con los demás. La gracia de todo esto es, como dice San Pablo, “escándolo” y “locura” para algunos. La sabiduría de Dios a menudo lo es.
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In Andre Dubus’ novel, House of Sand and Fog, a father, on his hands and knees, presses his head to the floor of a hospital waiting room, and begs God to save his critically injured son. Distraught, the man prays,
I will do whatever is Your will. I will purchase ten kilos of the finest seed and I will find an American mosque and feed them to all the birds… I will feed them in front of the churches of Christians. I will feed them at the doors of Jewish temples. I will let the birds cover me and then I will return with more seed and feed them again.
In the movie version of this excruciating scene, the man adds the hysterical cry, “I will let the birds cover me and pluck out my eyes! I want only my son!” All of us, I suspect, have bargained with God. Especially when it’s a matter of life and death.
Jesus responds to such bargaining by cracking the whip. He upends the marketplace and undoes sacrifice. His anger rises out of his concern for the poor and vulnerable, who are being exploited. He knows God’s favor cannot be bought with an ox, sheep, or dove. He cleanses the temple, then relocates it. Now, one needn’t travel to a sacred site to meet God, because Jesus himself is the temple where God and humanity meet, the preeminent place of encounter with God. God’s favor doesn’t need to be bought because Jesus himself is God’s favor: available, accessible, no sacrifice or bargaining necessary.
As Jesus is our encounter with God, the sacrament of God, the Church is the sacrament of the Risen Christ. We together are Christ’s body. We together are God’s temple. “God-with-us” is with us in our communion with one another. The graciousness of it all is, as St. Paul says, a “stumbling block” and “foolishness” to some. The wisdom of God often is.