The Church recognizes June as the month of the Sacred Heart. David Richo writes that the Sacred Heart is not a reference to the physical heart of Jesus of Nazareth, but the heart of the Risen Christ. It is not an organ, but a force, pushing out and drawing back in, pulsing as a heart does with divine life and love that courses through the body of Christ and all humanity. Every human act of love contributes to the functioning of the heart and the body’s wellbeing.
One could argue that there has never been a time in the modern age when love has been less evident, when the health of the body has been so compromised through global-scale selfishness, polarization, intolerance, and hatefulness. While one can look around the world, the country, the Church, or the neighborhood and identify villains, that changes nothing or no one. What I must do is assess my heart—itself more selfish, polarizing, intolerant, and hateful than ever—and do something to change it.
I’m humored by the verse in Mark’s gospel that says that Jesus’ relatives thought he was nuts. “He’s out of his mind,” they say. That’s not uncommon among those whose life experience is different, who are of another generation or culture or country, whose skin is another color, whose understanding of gender or sexuality or faith or government is different from mine. No, I need not like them. Yes, I can get angry with them. No, I certainly do not have to agree with them. But can I appreciate that their truth is as authentic and real, as true for them, as my truth is for me?
Jesuit Karl Rahner, writes,
In love, the gates of my soul spring open allowing me to…forget my own petty self. In love, my whole being streams forth out of the rigid confines of narrowness and self-assertion…
In this month of the Sacred Heart—this “love month”—I pray for freedom from the confines of narrowness and self-assertion. I pray for the will and wherewithal to love.
***
La Iglesia reconoce junio como el mes del Sagrado Corazón. Un escritor dice que el Sagrado Corazón no es una referencia al corazón físico de Jesús de Nazaret, sino al corazón de Cristo Resucitado. No es un órgano, sino una fuerza, que empuja hacia afuera y hacia adentro, pulsando como lo hace un corazón con la vida divina y el amor que corre a través del cuerpo de Cristo y de toda la humanidad. Todo acto humano de amor contribuye al funcionamiento del corazón y al bienestar del cuerpo.
Se podría argumentar que nunca ha habido un momento en la era moderna en el que el amor haya sido menos evidente, cuando la salud del cuerpo se haya visto tan comprometida por el egoísmo, la polarización, la intolerancia y el odio a escala global. Si bien uno puede mirar alrededor del mundo, el país, la Iglesia o el vecindario y nombrar a los villanos, eso no cambia nada ni a nadie. Lo que debo hacer es evaluar mi corazón, que es más egoísta, polarizador, intolerante y odioso que nunca, y hacer algo para cambiarlo.
Me encanta el versículo del evangelio de San Marcos que dice que los parientes de Jesús piensan que se había vuelto loco. No es raro entre aquellos cuya experiencia de vida es diferente, que son de otra generación, cultura o país, cuya piel es de otro color, cuya comprensión del género, la sexualidad, la fe o el gobierno es diferente a la mía. No, no tengo que gustarles. Sí, puedo enojarme con ellos. No, ciertamente no tengo que estar de acuerdo con ellos. Pero, ¿puedo apreciar que su verdad es tan auténtica y real, tan verdadera para ellos, como mi verdad lo es para mí?
El jesuita Karl Rahner, escribe:
En el amor, las puertas de mi alma se abren permitiéndome…olvídar de mi propio yo mezquino. En el amor, todo mi ser fluye fuera de los rígidos confines de la estrechez y la autoafirmación…
En este mes del Sagrado Corazón, este “mes del amor”, rezo por la libertad de los confines de la estrechez y la autoafirmación. Rezo por la voluntad y los medios para amar.