Stanley Hauerwas writes, “If Christianity [makes] any sense, it must be because of something to do with eating that meal.” I’d go even further to say that if anything makes any sense, it must have something to do with eating. Human beings are hungry beings. We’re incessantly in search of something—to fill us, to satisfy us, to answer our craving. When and where will our longing, our pursuit end? When at last will we find that something that finally hits the spot? (That big, nagging, damned spot.)
This meal, the Eucharist, has weathered centuries of theories and theologies and every attempt to define and contain it. It’s quite beyond all that. The meaning of this meal, the Eucharist, is only truly known in its doing: experiencing it, undertaking it, undergoing it. Its impact is lost on the overly literal and rational or those looking for razzle-dazzle. The hungry get it. Blessed are they.
There are times when we, like Elijah, have had it. “This is enough, O Lord!” he says, “Take my life!” Jesus takes our lives in this Eucharist, uniting us to himself, and resuscitates us with what he calls “the bread of life”: a visible, tangible, digestible bite of that kind and quality of living we call eternal. It hits the spot—if only for today, if only for right now.
If Christianity makes any sense, it must have something to do with this.
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Stanley Hauerwas escribió: “Si el cristianismo tiene algún sentido, debe ser por algo que tiene que ver con comer esa comida”. Yo diría que es imposible que algo tenga sentido a menos que tenga algo que ver con comer. Los seres humanos somos criaturas hambrientas. Estamos incesantemente en busca de algo, que nos llene, que nos satisfaga, que responda a nuestros antojos. ¿Cuándo y dónde terminará nuestra búsqueda? ¿Cuándo por fin encontraremos ese algo que nos satisfaga?
Esta comida, la Eucaristía, ha resistido siglos de teorías y teologías y de todos los intentos de definirla y contenerla. Está bastante más allá de todo eso. La gracia de esta comida, la Eucaristía, sólo se conoce verdaderamente en su hacer: experimentándola, y emprendiéndola. Su impacto se pierde en los demasiado literales y racionales o en aquellos que buscan deslumbramiento. Los hambrientos lo consiguen. Son bienaventurados.
Hay momentos en los que nosotros, como Elías, lo hemos tenido. “¡Basta ya, Señor!”, dice, “¡Quítame la vida!” Jesús toma nuestras vidas en esta Eucaristía y nos resucita con lo que él llama “el pan de vida”: un bocado visible, tangible y digerible de ese tipo y calidad de vida que llamamos eterna. Satisface aunque solo sea por hoy, aunque solo sea por ahora.
Si el cristianismo tiene algún sentido, debe tener algo que ver con esto.