“Xenophobia” is the fear and hatred of strangers or foreigners. Journalist Brian Resnick writes that there’s a reason every country with immigration has pockets of xenophobia. We instinctively are distrustful of those we perceive to be “them” rather than “us.” While in prehistoric times it’s what kept us safe, in the modern age, it’s what nudges us toward bigotry. Currently, some politicians in this country and elsewhere are exploiting the complex matter of immigration by turbocharging xenophobia, resulting in responses to immigrants ranging from skepticism to racism to revulsion to hatred.
The human tendency to keep others outside the circle plays out in today’s scriptures. While the Spirit was being divvied up inside the tent, the never-before-heard-of Eldad and Medad were outside. Outsiders though they were, they were still within the Spirit’s reach. Both Jesus and Moses today counsel wise ecumenism: embracing the good, no matter how mundane, in whomever it appears.
The hallmark of Pope Francis’ pontificate has been his consistent reaching beyond traditional margins to the periphery. The Pope’s Universal Synod on Synodality, reconvening this Wednesday, is a prime manifestation of that outreach. The Synod is based on the premise that the Spirit’s reach goes quite beyond the Vatican walls and traditional insiders; that the voice of the Spirit is often quite more compelling in the so-called outsiders. The response of the insiders, at times, has been, predictably, skeptical and fearful.
The Synod on Synodality addresses the fundamental question, “What steps does the Spirit invite us to take to grow in our ‘journeying together?’” The theme of Pope Francis’s message for today’s World Day of Migrants and Refugees is related: “God Walks with His People.” The Holy Father elevates the immigrant’s journey as a model of the Church, which itself is always on pilgrimage, always migrating,making its way toward her final encounter with the Lord. As with Israel’s exodus, so too with our own: God precedes and accompanies his people. God is the traveling companion of all migrants, their guide and anchor. More expansively, the Pope beautifully says, “God not only walks with his people, but also within them, in the sense that he identifies himself with men and women on their journey through history, particularly with the least, the poor and the marginalized.” This is, Francis says, an extension of the Incarnation: the encounter with the migrant, as with every brother and sister in need, is an encounter with Christ, an opportunity to meet the Lord. It is Jesus who knocks on our door, hungry, thirsty, an outsider, naked, sick and imprisoned, asking to be met and assisted. Because Jesus is present in the sister or brother in need of our help, this is an occasion charged with salvation. Quite contrary to our instinct and the despicable rhetoric that demeans and demonizes the immigrant and their dignity, Francis says that the immigrant saves us, because they enable us to see the face of the Lord, a remedy for fear and hatred, our xenophobia.
O God, do not let us become possessive of the portion of the world you have given us as a temporary home. Open our eyes and our hearts so that every encounter with those in need becomes an encounter with Jesus, your Son and our Lord.
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La “xenofobia” es el miedo y el odio a los extraños o forasteros. El periodista Brian Resnick escribe que hay una razón por la que todos los países con inmigración tengan focos de xenofobia. Instintivamente desconfiamos de aquellos que percibimos como “ellos” en lugar de “nosotros”. Mientras que en la prehistoria es lo que nos mantenía a salvo, en la era moderna, es lo que nos empuja hacia la intolerancia. En la actualidad, los políticos de este país y de otros lugares están explotando el complejo asunto de la inmigración impulsando la xenofobia, lo que resulta en respuestas a los inmigrantes que van desde el escepticismo hasta el racismo, la repulsión y el odio.
La tendencia humana a mantener a los demás fuera del círculo se manifiesta en las Escrituras de hoy. Mientras el Espíritu se repartía dentro de la tienda, Eldad y Medad, nunca antes vistos, estaban fuera. Aunque eran forasteros, todavía estaban al alcance del Espíritu. Tanto Jesús como Moisés aconsejan hoy un sabio ecumenismo: abrazar el bien, por prosaico que sea, en quien sea que aparezca.
El sello distintivo del pontificado del papa Francisco ha sido su constante alcance más allá de los márgenes tradicionales hacia la periferia. El Sínodo Universal sobre la Sinodalidad del papa, que se vuelve a convocar este miércoles, es una manifestación primordial de ese alcance. El Sínodo se basa en la premisa de que el alcance del Espíritu va más allá de los muros del Vaticano y de los conocedores tradicionales; que la voz del Espíritu es a menudo bastante más convincente en las personas de afuera. La respuesta, a veces, ha sido escéptica y temerosa.
El Sínodo sobre la sinodalidad responde a la pregunta fundamental: “¿Qué pasos nos invita el Espíritu a dar para crecer en nuestro ‘caminar juntos’?” El tema del mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado de hoy está relacionado: “Dios camina con su pueblo”. El Santo Padre eleva el camino del inmigrante como modelo de la Iglesia, que está siempre en peregrinación, siempre emigrando, encaminándose hacia su encuentro final con el Señor. Al igual que con el éxodo de Israel, también con el nuestro, Dios precede y acompaña a su pueblo. Dios es el compañero de viaje de todos los migrantes, su guía y ancla. Más expansivamente, el Papa dice bellamente: “Dios no solo camina con su pueblo, sino también dentro de ellos, en el sentido de que se identifica con los hombres y mujeres en su camino a través de la historia, particularmente con los últimos, los pobres y los marginados”. Se trata, dice Francisco, de una prolongación de la Encarnación: el encuentro con el migrante, como con todo hermano y hermana necesitado, es un encuentro con Cristo, una oportunidad de encuentro con el Señor. Es Jesús quien llama a nuestra puerta, hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo y encarcelado, pidiendo ser encontrado y asistido. Porque Jesús está presente en la hermana o el hermano que necesita nuestra ayuda, es una ocasión cargada de salvación. Contrariamente a nuestro instinto y a la despreciable retórica que degrada y demoniza al inmigrante y su dignidad, Francisco dice que el inmigrante nos salva, porque nos permite ver el rostro del Señor, un remedio para el miedo y el odio, nuestra xenofobia.
O Dios, no permitas que nos constituyamos en amos de la porción del mundo que nos has dado como hogar temporal. Abre nuestros ojos y nuestro corazón para que cada encuentro con los necesitados se convierta también en un encuentro con Jesús, Hijo tuyo y Señor nuestro.