My dog, Chucho, and I were at Ascension School on Wednesday to judge the Catholic Schools Week door decorating contest. At one point, a first grader in the hallway came over and petted Chucho, and then scampered back to his classroom. A moment later, his teacher opened the door, looked at me and chuckled, “Oh, it’s you.” Evidently the scholar had excitedly announced to her, “There’s an old man in the hall with a dog!” So much for fancy titles and three theology degrees. Just an old man with a dog.
Peter’s protest that he’s just a sinful man was one of the most self-aware things he ever said. Throughout the Gospel, we learn of his faults, foibles, and frailties; he’s limited, sinful, and weak. But Jesus deems him well-suited for the mission—not in spite of, but because of his weakness, and the humility necessary to receive the support that the Lord provides: a transcendent force we call “grace.” Likewise, God calls us, limited, sinful, and weak, with all our faults, foibles, and frailties. The question is never whether we’re strong enough, but if we’re weak enough. That’s the paradoxical power of the Christian.
It was a terrible week in Minneapolis with the killings of Jahmari Rice and Amir Locke. Two families and all who love them devastated; our Black brothers and sisters slammed by another wave of trauma; more fear and outrage and grief, especially for Black and brown men and boys and mothers. I avoid moving toward the trauma by turning to a thousand distractions, saying with Peter to all my troubled thoughts and feelings, “Depart from me!” (Or the literal translation, “Get out of my neighborhood.”) What can I do, after all? I’m just an old man with a dog. But, Jesus says, go deeper. Don’t move away from, but toward the deep water. Stay with the pain, stand with those in pain. That won’t be enough: more will be demanded. But it’s where we begin—enough, perhaps, for today. By the grace of God, St. Paul might say, we are where we are.
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Mi perro, Chucho, y yo estuvimos en la Escuela de la Ascensión el miércoles para juzgar el concurso de decoración de puertas del los salones de clases en la Semana de las Escuelas Católicas. En un momento dado, un estudiante de primer grado en el pasillo se acercó y acarició a Chucho, y luego regresó a su salón de clases. Un momento después, su maestra abrió la puerta, me miró y se rió, “Oh, eres tú”. Evidentemente, el niño había anunciado: “¡Hay un anciano en el pasillo con un perro!” Hasta aquí los títulos de lujo y mis tres grados de teología. Solo un anciano con un perro.
La protesta de Pedro de que él es solo un hombre pecador fue una de las cosas más conscientes de sí mismo que jamás haya dicho. A lo largo del Evangelio, aprendemos de sus faltas y debilidades; es limitado, pecaminoso y débil. Pero Jesús lo considera muy adecuado para su misión, no a pesar de, sino debido a su debilidad y la humildad necesaria para recibir el apoyo que el Señor proporciona: llamamos ese poder trascendente, “gracia.” Del mismo modo, Dios nos llama, aun cuando seamos limitados, pecaminosos y débiles, con todas nuestras faltas y debilidades. La pregunta nunca es si somos lo suficientemente fuertes, sino si somos lo suficientemente débiles. Ese es el poder paradójico del cristiano.
Fue una semana terrible en Minneapolis con los asesinatos de Jahmari Rice y Amir Locke. Dos familias y todos los que los aman devastados; nuestros hermanos y hermanas negros golpeados por otra ola de trauma; más miedo, indignación, y duelo, especialmente para los hombres y muchachos negros y marrones y sus madres. Evitar moverme hacia el trauma recurriendo a mil distracciones, diciendo con Pedro a todos mis pensamientos y sentimientos preocupantes: “¡Apártate de mí!” (O la traducción literal, “Sal de mi vecindario”). ¿Qué puedo hacer yo, después de todo? Soy solo un anciano con un perro. Pero, Jesús dice, ve más profundo. No te alejes, sino hacia las aguas profundas. Quédate con el dor, párate con los que están doloridos. Eso no será suficiente: se exigirá más. Pero es donde comenzamos, suficiente, quizás, para hoy. Por la gracia de Dios, San Pablo podría decir, estamos donde estamos.