On this eighth day in Easter’s Octave, Jesus’ “Resurrection Tour” is underway. The venue for today’s appearance is the Upper Room. Like others who saw him, his disciple and dear friend, Thomas, didn’t recognize the Risen Christ. Clearly Jesus’ resurrected self isn’t merely a resuscitated version of who he had been. He is someone and something other, an altogether new presence—but for one thing, one distinctive and defining characteristic: his wounds—souvenirs, if you will, of his recent travels to the darkest corners of human experience. Thomas recognized his Lord and his God by his wounds, his piercings: by nails, a spear, and soul-killing abandonment.
I have a copy of a painting of this Upper Room scene with Jesus and Thomas embracing each other. What’s unique about the depiction is that the two look very much alike, indistinguishable in fact. So, while it may be Thomas putting his hand into Jesus’ side, it could be Jesus reaching out to touch Thomas’ wound: to anoint, to bless, to soothe. The title of the picture is, “You are in Me and I am in You.”
This Second Sunday of Easter is called the Sunday of Divine Mercy. It’s no coincidence that we have spent the past week with Pope Francis: wounded and risen. In his funeral homily yesterday, Cardinal Re highlighted the Holy Father’s repeated and relentless emphasis on mercy, saying that the Pope “always placed the Gospel of Mercy at the center.” Even Time magazine got it right, noting in a headline that Pope Francis’ greatest achievement was emphasizing mercy. The Pope, like Jesus in his day, was sometimes scorned for touching our unseemly wounds, even more for exposing his own.
Those wounds, Christ’s and ours: space for us to rest, to nest in him and he in us. Those glorious wounds: the site and seal of our communion with our Lord and our God.
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En este octavo día de la Octava de Pascua, el “Tour de la Resurrección” de Jesús está en marcha. El lugar de la aparición de hoy es el Cenáculo. Al igual que otros, querido amigo y discípulo, Tomás, no reconoció a Cristo resucitado. Está claro que el yo resucitado de Jesús no es simplemente una versión más de lo que había sido. Es una presencia completamente nueva, pero por una cosa, una característica distintiva y definitoria: sus heridas, recuerdos, si se quiere, de sus recientes viajes a los rincones más oscuros de la experiencia humana. Tomás reconoció a su Señor y a su Dios por sus heridas, sus perforaciones, por los clavos, por una lanza y por el abandono que mata el alma.
Tengo una copia de una pintura de esta escena del Cenáculo con Jesús y Tomás abrazándose. Lo que es único de la representación es que los dos se parecen mucho. De hecho, son igualitos. Así que, si bien puede ser Tomás poniendo su mano en el costado de Jesús, podría ser Jesús extendiendo la mano para tocar la herida de Tomás: para ungir, bendecir, calmar. El título de la imagen es: “Tú estás en mí y yo estoy en ti”.
Este Segundo Domingo de Pascua es llamado el Domingo de la Divina Misericordia. No es casualidad que hayamos pasado la semana pasada con el Papa Francisco: herido y resucitado. En su homilía fúnebre de ayer, el Cardenal Re destacó el repetido e implacable énfasis del Santo Padre en la misericordia, diciendo que el Papa “siempre puso el Evangelio de la Misericordia en el centro”. Incluso la revista Time acertó, señalando en un titular que el mayor logro del Papa Francisco fue enfatizar la misericordia. El Papa, como Jesús en su tiempo, fue a veces despreciado por tocar nuestras heridas indecorosas, aún más por exponer las suyas propias.
Esas heridas las de Cristo y las nuestras son un espacio para que descanssar, para anidar en él y él en nosotros. Esas heridas gloriosas son el lugar y el sello de nuestra comunión con Señor nuestro y Dios nuestro.