The image of the Good Shepherd is one of the most familiar and beloved in our tradition. Some, however, find it problematic, even irritating. Commentators often point out that comparing people to sheep reduces the intelligence of humans who, if like sheep, will always be dependent, subservient, and submissive. In other words, sheep are stupid and docile and easily manipulated, and to be identified with them denies our human dignity: our voice, choice, and agency. Of course, everything depends on who your shepherd is. For the record, I’m happy to be a sheep if Jesus is the shepherd. Frankly, when I’ve exercised my independent, nonsubmissive voice, choice, and agency without following him, I’ve strode independently and nonsubmissively headlong into a ditch. A few ditches. Deep ditches.
The more seasoned I become, the more I realize how tired I can get being in charge of myself. I want to be back in the aquamarine rocking chair in our living room, snug and cozy, nestled next to my mom. I want to feel safe, to be sheltered and held. And with time and experience, I can discern a voice distinct from all others: a sound, a pulse, a warmth, the voice that guides and shelters and holds me, a sometimes confused and sometimes stupid sheep.
At those times when I really, really, really want to do it all my way, I have a choice: I can brace myself for the ditch, resigning myself to suffer yet again the long crawl out; or I can follow the shepherd’s way. I’m happy to report that, as I become more seasoned, my shepherd to ditch ratio is improving: I’m starting to get it.
While we persistently and inexplicably resist its truth, it is nonetheless true: Because the Lord is my shepherd, I have everything I need.
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La imagen del Buen Pastor es una de las más familiares y queridas de nuestra tradición. Algunos, sin embargo, lo encuentran problemático, incluso irritante. Los comentaristas a menudo señalan que comparar a las personas con ovejas reduce la inteligencia de los humanos que, si son como ovejas, siempre serán dependientes, serviles y privados de libertad. En otras palabras, las ovejas son estúpidas y dóciles y fácilmente manipulables, y ser identificadas con ellas niega nuestra dignidad humana: nuestra voz, elección y competencia. Por supuesto, todo depende de quién sea tu pastor. Para que conste, estoy feliz de ser una oveja si Jesús es el pastor. Francamente, cuando he ejercido mi voz, elección y competencia sin seguirlo, me he precipitado hacia una zanja. Algunas zanjas. Y algunas de esas zanjas eran profundas.
Cuanto más curtido me vuelvo, más me doy cuenta de lo cansado que puedo llegar a estar a cargo de mí mismo. Quiero estar de vuelta en la mecedora aguamarina en nuestra sala de estar, cómoda y acurrucado junto a mi madre. Quiero sentirme seguro, estar protegido y sostenido. Y con el tiempo y la experiencia, estoy más atento a una voz distinta de todas las demás: un sonido, un pulso, un calor, la voz que guía y protege a esta oveja, yo, a veces confundido y a veces incluso estúpido.
En esos días, o en esos momentos en los que quiero mucho, mucho, mucho hacerlo todo a mi manera, tengo una opción: puedo prepararme para caer en la zanja, resignándome a sufrir una vez más el largo arrastre; o puedo elegir seguir al pastor. Me complace informarles que mi proporción de seguir al pastor a caerme en la zanja está mejorando. Si bien nos resistimos a su verdad, no obstante esta es la verdad: Porque el Señor es mi pastor, tengo todo lo que necesito.