“Quite a storm we had Friday,” we say. We’ve all got a storm story. If we’re still around to tell a storm story, it means we made it. In a word, we “weathered” the storm. Even though we may have had hail or wind damage, water in the basement, or lost the corner of the garage to a fallen tree, we’re okay. State Farm was there.
Yet there are other events in our lives that we don’t get through safely, that we may not weather, those times that rock the foundation on which we stand or rock the very foundation of who we are; those times that push us beyond our capacity, when our usually reliable coping strategies bite the dust, times that figuratively and literally bring us to our knees.
Imagine yourself in a dark space with no guideposts, no wall to touch or follow, no light under a door toward which to travel, utterly disoriented. Unable to see where you’re standing, you don’t even know if your next step will land. Applied to the spiritual life, that might describe the “dark night of the soul” of St. John of the Cross. The dark night isn’t necessarily the worst time of your life. It may be dreadful, but for John, it’s not sinister. To the contrary, it saves us. In the end, only when we’re plunged into darkness that is beyond our capacity to navigate do we at last surrender control, allowing ourselves to be taken where we would not and could not go on our own. It is in the dark of night where the lover and the Beloved rendezvous, where we encounter our true love. “Oh, night that guided me,” John writes, “Night more lovely than the dawn.”
Jesus had one word for Peter: “Come.” “Lord, save me!” “Come.” The only thing that saves us from darkness and a really bad storm is that one impossible step toward Jesus, our companion and courage; into the embrace of Jesus, our true love.
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“Qué fuerte tormenta la del viernes”, dijimos. Todos tenemos una historia de tormenta. Si todavía estamos aquí para contar una historia de tormenta, significa que lo logramos. A pesar de que podemos haber tenido daños por granizo o viento, agua en el sótano o haber perdido la esquina del garaje por un árbol caído, estamos bien.
Sin embargo, hay otros eventos en nuestras vidas que no superamos de manera segura, esos momentos que sacuden los cimientos sobre los que estamos parados o sacuden los cimientos de quiénes somos; Esos momentos que nos empujan más allá de nuestra capacidad, cuando nuestras estrategias de afrontamiento generalmente confiables fracasan, tiempos que figurativa y literalmente nos ponen de rodillas.
Imagínate en un espacio oscuro sin nada que te guíe, sin pared que tocar o seguir, sin luz debajo de una puerta hacia la que andar, completamente desorientado. Incapaz de ver dónde estás parado, ni siquiera sabes si tu próximo paso aterrizará. Aplicado a la vida espiritual, eso podría describir la “noche oscura del alma” de San Juan de la Cruz. La noche oscura no es necesariamente el peor momento de tu vida. Puede ser aterrador, pero para San Juan, no es un siniestro. Por el contrario, nos salva. Al final, solo cuando estamos sumidos en la oscuridad que está más allá de nuestra capacidad de navegar, finalmente entregamos el control, permitiéndonos ser llevados a donde no podríamos y no iríamos por nuestra cuenta. Es en la oscuridad de la noche donde el amante y el amado se encuentran y encontramos el amor que deseamos. “¡Oh noche, que guiaste!” escribe san Juan,“¡Oh noche amable más que la alborada!”
Jesús tenía una palabra para Pedro: “Ven”. “Sálvame, Señor!” “Ven.” Lo único que nos salva de la oscuridad y de una tormenta mala es ese paso imposible hacia Jesús, nuestro compañero y coraje; en el abrazo de Jesús, nuestro verdadero amor.