Three thousand years ago, the people of Israel were in exile in Babylon, disheartened and desperate. They dreamed of returning to Jerusalem. God tells Isaiah to stir up hope: “Comfort, give comfort to my people.”
Five hundred years ago, the conquest of the Aztecs in Mexico led to their enslavement by the Spaniards, destroying the people, their culture, and the soul of one Juan Diego. “I’m a nobody,” he said to Our Lady of Guadalupe. “I am a little man, I’m a string…I am a tail, a leaf, I’m the little people.” Mary tenderly called him,“Juanito,” “Juan Dieguito.” Her skin was brown, and she spoke Náhuatl, his native language, to say, “I am one of you. It’s all right to be who you are.” Mary chose an Indigenous peasant to carry the prophetic message to the Church and world. Faithful to Jesus’ way, the poor, the marginalized, the broken are privileged bearers of the word, our prophets, our shepherds.
Today, Mary brings comfort to all who are disheartened and desperate. Of that morning of Our Lady’s appearance to Juan Diego, Pope Francis says,
…God roused the hope of the little ones, of the suffering, of those displaced or rejected, of all who feel they have no worthy place in these lands.
Mary, in a word, elevates the voice of the displaced and rejected among us, and that tender, broken one within each of us, giving dignity and voice to those who have been silenced or disregarded. God did not come in the flesh to cozy up to the privileged and genteel, but pitched his tent among shepherds: that is, among the poor, the wandering, the eccentric, the queer. Jesus came once and comes again and again and again to say, “I am one of you. It’s all right to be who you are.”
“Comfort, give comfort to my people.” In our challenging lives and challenged times, Our Lady of Guadalupe brings comfort to us, her distressed, disheartened, and perhaps desperate “Dieguitos” and “Dieguitas.” She stirs up hope in the One who only gives what is good. Though we don’t know when or where or how, the glory of the Lord shall be revealed, the promise will come. For the mouth of the poor, the mouth of the Virgin Mother, the mouth of the Lord has spoken.
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Hace tres mil años, el pueblo de Israel estaba exiliado en Babilonia, desanimado y desesperado. Soñaban con regresar a Jerusalén. Dios le dice a Isaías que despierte esperanza: “Consuelen, consuelen a mi pueblo”.
Hace quinientos años, la conquista de los aztecas en México los llevó a su esclavitud por parte de los españoles, destruyendo a la gente, su cultura y el alma de Juan Diego. “No soy nadie”, le dijo a Nuestra Señora de Guadalupe. “Soy un hombrecillo, soy un cordel…soy cola, soy hoja, soy gente menuda.” María lo llamaba tiernamente, “Juanito”, “Juan Dieguito.” La piel de María era morena y hablaba náhuatl, su lengua maternal, para decir: “Yo soy uno de ustedes. Está bien ser quien eres”. María escogió a un campesino indígena para llevar el mensaje profético a la Iglesia y al mundo. Fieles al camino de Jesús, los pobres, los marginados, los quebrantados son portadores privilegiados de la palabra, nuestros profetas, nuestros pastores.
Hoy, María trae consuelo a todos los que están desanimados y desesperados. De esa mañana de la aparición de Nuestra Señora a Juan Diego, el Papa Francisco dice:
… Dios despertó la esperanza de los pequeños, de los que sufren, de los desplazados o rechazados, de todos los que sienten que no tienen un lugar digno en estas tierras.
María, en una palabra, eleva la voz de los desplazados y rechazados entre nosotros, y eso tierno y roto dentro de cada uno de nosotros, dando dignidad y voz a aquellos que han sido silenciados o ignorados. Dios no se hizo carne para acurrucarse con los privilegiados y gentiles, sino que plantó su tienda entre los pastores: es decir, entre los pobres, los vagabundos, los excéntricos, los extraños. Jesús vino una y otra vez para decir: “Yo soy uno de ustedes. Está bien ser quien eres”.
“Consuelen, consuelen a mi pueblo”. En nuestras vidas y tiempos desafiantes, Nuestra Señora de Guadalupe nos brinda consuelo, sus “Dieguitos” y “Dieguitas” angustiados, desanimados y tal vez desesperados. Ella despierta la esperanza en el dador que solo da lo que es bueno. Aunque no sabemos cuándo, ni dónde, ni cómo, la gloria del Señor será revelada, la promesa vendrá. Porque la boca de los pobres, la boca de la Virgen Madre, y la boca del Señor han hablado.