The African American spiritual, “Ain’t Got Time to Die,” declares, “Lord, I keep so busy praisin’ my Jesus, I ain’t got time to die. When I’m healin’ the sick, when I’m feedin’ the poor, I’m praisin’ my Jesus. Now get out of my way and let me praise my Jesus.”
In his 1946 book, Man’s Search for Meaning, Viktor Frankl, an Austrian psychologist and Holocaust survivor, describes how, even in the horrors of a concentration camp, some people found moments of joy. They were not pretending their suffering didn’t exist. Instead, their joy was an act of resistance—an assertion of meaning and hope where there seemed to be none. He concludes that, “Everything can be taken from a [person] but one thing: the last of the human freedoms—to choose one’s attitude in any given set of circumstances.” This Third Sunday of Advent is known as “Gaudete Sunday,” from the Latin, gaudium: joy. It’s where we get the English word, “gaudy”: extravagant and flamboyant. Gaudete Sunday joy is an in-your-face act of resistance, a defiant joy that refuses to let despair win.
The crowds that came to John the Baptist had heard that wrath and persecution were around the corner, and they ask, “What should we do?” John doesn’t fuel their fears or call them to arms, but tells them to lead a decent life, be a good neighbor, be generous, don’t be a bully. They are to resist despair with radical generosity. This strategy, Viktor Frankl maintains, is one way to find meaning and hope amid suffering. By turning our focus outward, and caring for others, we transcend our pain and participate in something greater than ourselves. Radical generosity is an in-your-face testimony that goodness is stronger than evil, that light is stronger than darkness, that life is stronger than death. Like blossoms in the desert, joy arises and blooms not from perfect circumstances but from the sure conviction that God is faithful and at work right now. Now get out of my way and let me praise my Jesus. Ain’t got time to die.
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El espiritual afroamericano, “No tengo tiempo para morir” declara: “Señor, me mantengo tan ocupado alabando a mi Jesús, que no tengo tiempo para morir. Cuando estoy sanando a los enfermos, y cuando estoy alimentando a los pobres, estoy alabando a mi Jesús. Entonces, fuera de mi camino y déjame alabar a mi Jesús”.
En su libro de 1946, El hombre en busca de sentido, Viktor Frankl, psicólogo austriaco y sobreviviente del Holocausto, describe cómo, incluso en los horrores de un campo de concentración, algunas personas encontraron momentos de alegría. No fingían que su sufrimiento no existía. En cambio, su alegría fue un acto de resistencia, una afirmación de significado y esperanza donde parecía no haber ninguno. Concluye que “se le puede quitar todo a una persona, excepto una cosa—la última de las libertades humanas: elegir la actitud de uno en cualquier conjunto de circunstancias”. Este tercer domingo de Adviento es conocido como “domingo de Gaudete”, del latín gaudium: alegría. La alegría del domingo de Gaudete es desafiante, un acto de resistencia, una alegría que se niega a dejar vencer a la desesperación.
Las multitudes que acudieron a Juan el Bautista habían oído que la ira y la persecución estaban a la vuelta de la esquina, y preguntaban: “¿Qué debemos hacer?” Juan no alimenta sus miedos ni los llama a las armas, sino que les dice que lleven una vida decente, que sean buenos vecinos, que sean generosos, que no hablen mal de la gente. Deben resistir a la desesperación con generosidad radical. Esta estrategia, sostiene Viktor Frankl, es una forma de encontrar sentido y esperanza en medio del sufrimiento. Al enfocarnos hacia afuera y cuidar a los demás, trascendemos nuestro dolor y participamos en algo más grande que nosotros mismos. La generosidad radical es un testimonio directo de que el bien es más fuerte que el mal, que la luz es más fuerte que las tinieblas, y que la vida es más fuerte que la muerte. Como flores en el desierto, el gozo no surge y florece de circunstancias perfectas, sino de la convicción segura de que Dios es fiel y está obrando en este momento. Entonces, fuera de mi camino y déjame alabar a mi Jesús. No tengo tiempo para morir.