Many years ago, a young woman from my family’s circle of friends was pregnant. Ann Marie was 18 or 19, and unmarried. It was not her first pregnancy: word was that she’d had one, maybe two abortions. She was keeping this baby. Her very Catholic parents had nothing to do with her. Others thought that reasonable, given how scandalous and shameful the whole situation was.
One afternoon, baby clothes were piled on our kitchen table. I asked my mom what that was about. She said that Ann Marie was coming over to pick them up. She shook her head and said, “That kid.” Like any of us, my mom could occasionally judge by appearances and jump to conclusions, and she could out-Catholic the most Catholic of Catholics. All she said about Ann Marie was, “I think she’ll be a good mom.”
Joseph was presented with the situation that Mary was either an adulteress or the most blessed of women. He looked beyond appearances, beyond judgment, and beyond the law. He could have chosen to humiliate her or be humiliated himself. That would have deprived us of a Savior. He and Mary chose to let God be God, to let God have his way, opening themselves to a mystery beyond their understanding and control. Their trust and surrender allowed this never-before-imagined irruption of salvation into their lives and ours.
Whenever appearances, of either another’s situation or your own, might lead to an effortless, obvious judgment, wait. Allow the deeper door to open. Don’t underestimate or thwart the possibilities of what God can do, what God can make of others, what God can make of you. Allowing room for Spirit and making a home for Jesus make the glorious impossible possible.
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Hace muchos años, una joven, que era amiga de mi familia, estaba embarazada. Ana María tenía 18 o 19 años y era soltera. No era su primer embarazo: se decía que había tenido uno o dos abortos. Ella se estaba quedando con este bebé. Sus padres muy católicos no querían nada que ver con ella. Otros pensaron que era razonable, dado esta situación escandalosa y vergonzosa.
Una tarde, había un montón de ropa de bebé en la mesa de nuestra cocina. Le pregunté a mi mamá de qué se trataba. Ella dijo que Ana María venía a recogerla. Ella negó con la cabeza y dijo: “Esa niña”. Como cualquiera de nosotros, mi madre ocasionalmente podía juzgar por las apariencias y sacar conclusiones precipitadas, y ser muy católica. Pero todo lo que dijo sobre Ana María fue: “Creo que será una buena madre”.
A José se le presentó la situación de que María era una adúltera o la más bendita de las mujeres. Miró más allá de las apariencias, más allá del juicio y más allá de la ley. Podría haber elegido humillar María o ser humillado él mismo. Nos habría privado de un Salvador. Él y María eligieron dejar que Dios fuera Dios, dejar que Dios se saliera con la suya, y se abrieron a un misterio más allá de su comprensión y control. Su confianza y entrega permitieron esta irrupción de la salvación nunca antes imaginada en sus vidas y en las nuestras.
Siempre que las apariencias, de la situación de otra persona o la tuya, parezcan conducir a un juicio fácil y obvio, tienes que esperar. Permite que la puerta más profunda se abra. No frustres o subestimes las posibilidades de lo que Dios puede hacer, lo que Dios puede hacer de los demás, lo que Dios puede hacer de ti. Dejar espacio para el Espíritu y hacer un hogar para Jesús hacen posible lo imposible glorioso.