After 40 days of lead-up, you’d think we get a bit more razzle-dazzle than, “We don’t know where they put him.” But stay tuned for what we might call “The Resurrection Tour.” In the next 50 days, Jesus will make appearances in Jerusalem, Galilee, and Emmaus. His preferred venues are the Garden, the Mount, and the Upper Room. In fact, he’ll appear at the Upper Room twice, the second of which is notable for his encounter there with Thomas. Like so many others, Thomas, his disciple and dear friend, didn’t even recognize the risen Christ. Clearly Jesus’ resurrected self wasn’t merely a resuscitated version of who he had been. He had an altogether new presence, but for one thing, one defining characteristic: his wounds. That’s how Thomas knew it was he. His Lord and his God was wounded: his hands and feet, yes, but a pierced heart as well: pierced not only with a spear, but broken by betrayal, humiliation, and abandonment.
I have a reproduction of a painting of the scene in the Upper Room with Jesus and Thomas embracing each other. What’s unique about this depiction is that Jesus and Thomas look very much alike, virtually indistinguishable from one another. So while it’s presumed that Thomas is putting his hand into Jesus’ wound, it might be Jesus probing Thomas’ wound. When I pray with that image and understanding, I experience Jesus touching, attending to, caring for my wounds. “It’ll be okay,” he typically says, “It’ll get better.” Or, sometimes, he’ll say, “Snap out of it.” When I dare to bare my deepest and tenderest wounds, those chronic, lifetime aches, he deeply and tenderly says, “I know. Me too.” That my Lord and my God has been wounded too, that he knows firsthand the experience of betrayal, humiliation, and abandonment, changes everything. He assures me that none of it will end in death. Quite to the contrary, those wounds which unattended might otherwise take me down or kill me become sites and sources of strength.
Mary Karr concludes her poem, “Resurrection,” writing,
In the corpse’s core, the stone fist
of his heart began to bang
on the stiff chest’s door, and breath spilled
back into that battered shape. Now
it’s your limbs he comes to fill, as warm water
shatters at birth, rivering every way.
Jesus’ Resurrection Tour continues to this day. But now his preferred and cherished venue is you, his beloved: in your limbs, in your lives, as warm water rivering through your wounds. Let him river in you. Let him rise in you. It changes everything.
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Después de 40 días de preparación, uno pensaría que habría un poco más de: “No sabemos dónde lo habrá puesto”. Pero estemos atentos a lo que podríamos llamar “El recorrido de la Resurreción”. En los próximos 50 días, Jesús estará apreciendo en Jerusalén, Galilea y Emaús. Sus lugares preferidos son el Jardín, el Monte y en el cuarto del Segundo piso. De hecho, estará en este cuarto dos veces, la segunda de esas apariciones es importante por su encuentro con el apóstol Tomás que, como los otros discípulos, no reconoció a Jesús resucitado. Claramente, su yo resucitado no era una versión resucitada de quién había sido. Tenía una aparencia completamente nueva, excepto por una cosa: sus heridas. Así es como Thomas lo reconoció. Su Señor y Dios habían manos y pies heridos y un corazón traspasado: traspasado no solo con una lanza, sino por la traición, humillación y abandono.
Tengo una imagen muy apreciada de la escena en el cuarto del Segundo piso con Jesús y Tomás abrazándose. Lo que es único acerca de esta representación es que los dos se parecen mucho, no se distingue el uno del otro. Si bien se presume que Tomás está poniendo su mano en la herida de Jesús, podría ser Jesús metiendo la mano en una herida de Tomás. Así que cuando rezo con la imagen, experimento que Jesús sana mis heridas. “Mejorará”, suele decir, o a veces, “Supéralo”. Cuando me atrevo a desnudar mis heridas más profundas y tiernas, las heridas de toda una vida, Jesús dice, íntimamente, “Yo sé” o “Yo también”. Que Jesús mi Salvador comparta y conozca de primera mano mi experiencia de traición, humillación y abandono lo cambia todo. Me asegura que el dolor de todo esto no terminará en la muerte. Esas heridas que de otro modo podrían matarme podrían convertirse en la fuente misma de fortaleza, nueva vida.
Mary Karr concluye su poema, “Resurrección”, escribiendo:
En el núcleo del cadáver, el puño de piedra
de su corazón comenzó a golpear
en la puerta del cofre rígido, y el aliento se derramó
de vuelta a esa forma maltratada. Ahora
son tus extremidades las que vienen a llenar, como agua caliente rompe al nacer, fluyendo en todos las direcciones.
El Recorrido de la Resurrección de Jesús continúa. Pero ahora su lugar preferido eres tú: en tus extremidades, agua caliente fluyendo en tus heridas. Deja que se levante en ti. Deja que él fluya en ti. Esto cambia todo.