At the end of the 2003 Broadway musical, Wicked, the two witches, Elphaba and Glinda, sing of how their lives have been changed by their unlikely friendship. Glinda says that, while she doesn’t know if it’s true that people come into each other’s lives for a reason, “I know I’m who I am today because I knew you.” Elphaba tells Glinda that “whatever way our stories end, I know you have rewritten mine by being my friend.” “Because I knew you,” they conclude, “I have been changed for good.”
At the beginning of my 30-day retreat in 1991, my director, Sister Dorothy, told me, “You will live out of this retreat for the rest of your life.” At the time, I thought that a lovely sentiment, but had no idea what she was talking about. I couldn’t have known that I was to experience the most personal and profound encounter with Jesus Christ I’d ever experienced. I have lived out of the grace of knowing that Jesus is my constant companion, as Sister Dorothy put it, for every one of the 11,882 days since. Though there are times and seasons when I can’t see or hear or touch him, there’s not a time that I doubt Jesus is there, with me. My encounter with Jesus changed me for good.
Without doubt, the man with the skin disease lived out of his encounter with Jesus for the rest of his life. Everyone thought he was toxic, and he likely came to believe that himself. He might as well have been dead. But then Jesus, compassionately breaking every proscription concerning contact with the so-called “unclean,” sees and touches and blesses the man, restoring his dignity, bringing him back to life.
From the poem, “Saint Francis and the Sow,” by American poet, Galway Kinnell:
…everything flowers, from within, of self-blessing;
though sometimes it is necessary
to reteach a thing its loveliness,
to put a hand on its brow…
and retell it in words and in touch
it is lovely
until it flowers again from within, of self-blessing…
Yes, changed for good.
***
Al final del musical, Wicked, las dos brujas, Elphaba y Glinda, cantan sobre cómo sus vidas han sido cambiadas por su amistad tan desigual. Glinda dice que, si bien no sabe si es cierto que las personas entran en la vida de los demás por una razón, “sé que soy quien soy hoy porque te conocí”. Elphaba le dice a Glinda que “comoquiera que nuestras historias acaben, sé que has reescrito la mía siendo mi amiga”. “Porque al haberte conocido”, concluye, “he cambiado definitivamente y ha sido para bien”.
Al comienzo de mi retiro de 30 días en 1991, mi directora, la hermana Dorothy, me dijo: “Vivirás de este retiro por el resto de tu vida”. En ese momento, pensé que era un sentimiento encantador, pero yo no tenía idea de lo que ella estaba hablando. No podría haber sabido que iba a experimentar el encuentro más personal y profundo con Jesucristo que jamás había conocido. He vivido por la gracia de saber que Jesús es mi compañero constante para cada uno de mis días desde hace 32 años. Aunque hay momentos y temporadas en los que no puedo verlo, escucharlo o tocarlo, no hay un momento en el que yo dude de que Jesús está aquí, conmigo. Mi encuentro con Jesús me cambió definitivamente y ese cambio fue para bien.
Sin lugar a duda, el hombre con la enfermedad de la piel vivió de su encuentro con Jesús por el resto de su vida. Todo el mundo pensaba que era tóxico, y es probable que él mismo lo creyera. Quizas lo mejor para él haber estado muerto. Pero entonces Jesús, compasivamente rompiendo toda prohibición concerniente al contacto con los llamados “impuros”, ve, toca, y bendice al hombre, devolviéndole la dignidad, devolviéndole a la vida.
Del poema, “San Francisco y la cerda”:
… todo florece, desde adentro, de autobendición;
aunque a veces es necesario
para volver a enseñar a una cosa su hermosura,
para ponerle una mano en la frente…
y volver a contarlo con palabras y con tacto
es precioso
hasta que vuelva a florecer desde dentro, de autobendición…
Cambiado definitivamente para bien.