How did they do it, Simon and Andrew? How could they, just like that, abandon their boats, leave their livelihood, and run off with Jesus? And James and John. They left their father, their poor dad, in a boat in the middle of the lake. Barbara Brown Taylor suggests that if we dwell on what the disciples did, we’re missing the point. The story, she says, is not about the disciples’ virtue, strength, or determination. Rather, it’s all about the power of God, who was able to “walk right up to a quartet of fishermen and work a miracle, creating faith where there was no faith, creating disciples where there were none just a moment before.”
It follows that our own discipleship is, ultimately, not dependent on our virtue, strength, or determination. The question is not whether we’re strong enough to reform our lives, to recreate ourselves, but whether we’re weak enough, whether we can accept our powerlessness, and surrender to a power beyond our own. Can we let go of self-will—and whatever or whomever it is we know we need to let go of—and trust the Creator’s power to recreate us?
For St. Ignatius of Loyola, it took a cannonball. His leg was famously shattered in the Battle of Pamplona in May of 1521. It ended his promising military career. Only a year later was he able to strip off his elegant military uniform and surrender his sword, giving the uniform to a beggar and leaving his sword beneath a statue of Our Lady of Montserrat. Images of that surrender show him releasing his weapon with open palms, his hands ready to receive at the same time they were giving.
If we’re not yet ready to let go quite yet, then perhaps, at least, we can loosen our grip. If we can make it to the threshold, the grace of God will walk us into the temple. And behold, another disciple.
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¿Cómo lo hicieron, Simón y Andrés? ¿Cómo pudieron abandonar sus barcos, dejar su sustento y huir con Jesús? Y Santiago y Juan. Dejaron a su pobre padre en una barca en medio del lago. Barbara Brown Taylor sugiere que si nos enfocamos en lo que hicieron los discípulos, estamos perdiendo el punto. La historia no se trata de la virtud, la fuerza o la determinación de los discípulos. Más bien, se trata del poder de Dios, quien fue capaz de “caminar hasta un cuarteto de pescadores y obrar un milagro, creando fe donde no había fe, creando discípulos donde no la había hasta un momento antes”.
De ello se deduce que nuestro propio discipulado no depende de nuestra virtud, fuerza o determinación. La cuestión no es si somos lo suficientemente fuertes como para reformar nuestras vidas, para recrearnos a nosotros mismos, sino si somos lo suficientemente débiles, si podemos aceptar nuestra impotencia y rendirnos a un poder más allá del nuestro. ¿Podemos dejar ir la voluntad propia, y lo que sea o quienquiera que sepamos que necesitamos dejar ir, y confiar en el poder del Creador para recrearnos?
Para San Ignacio de Loyola, se necesitó una bala de cañón. Su pierna fue destrozada en la batalla de Pamplona en mayo de 1521. Puso fin a su carrera militar. Un año después pudo despojarse de su elegante uniforme militar y entregar su espada. Le dio el uniforme a un mendigo y dejó la espada ante una estatua de Nuestra Señora de Montserrat. Las imágenes de esa rendición lo muestran soltando su arma con las palmas abiertas, con las manos listas para recibir al mismo tiempo que estaba dando.
Si hoy aún no estamos listos para soltar, entonces, tal vez, al menos, podamos aflojar nuestro control. Si podemos llegar al umbral, la gracia de Dios puede llevarnos al templo. y crear un discípulo donde antes no lo había.