One of my more irrational fears is that one day my dog, Chucho, is going to start talking. He has no filter, so he’ll no doubt blab about everything to everybody. Almost as unlikely, I once met a one-year-old who I thought only said Mama, Dada, and Bye-Bye. But one day as I was walking away from her and her parents, she looked at me and said, “Bless you!” I was dumbstruck. In the sweetness, the pureness of her one-year-oldness, the words came as if from the lips of God. And I was blessed.
A blessing is a “benediction,” a word that comes from the Latin bene and dicere: “to speak well of.” When Jesus looked at the crowds, he saw people who were sad and grieving, the persecuted for religion or politics, the rejected and marginalized and poor. Unlike so many others, Jesus spoke well of them, he spoke kindly to them, and they received his words as if from God’s lips. And they were blessed.
Henri Nouwen writes that prayer is a blessing, time set apart for God to bless us—that is, to hear from the very lips of God that we are good, that we are beloved. It’s a time when we place before God those parts of us that are suffering, the parts we don’t like: our sad, aching hearts, our fat, jiggling arms, our crabbiness, our restlessness, our fear. God sees all of it and regards it lovingly. When and where others may be unkind, and we unkind to ourselves, Jesus is gentle. He speaks well of us and blesses us, giving meaning to our sorrows and power to our pain.
You are blessed. Blessed are you. Bless you.
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Uno de mis miedos más irracionales es que un día mi perro, Chucho, va a empezar a hablar. No tiene filtro, y sin duda diría todo a todos sin discreción. Casi tan improbable, una vez conocí a una niña de un año que pensé que solo decía mamá, papá y adiós. Pero un día, mientras me alejaba de ella y sus padres, ella me miró y dijo: “¡Bendiciones!” Me quedé estupefacto. En la dulzura, la pureza de una niña de un año, las palabras vinieron como de los labios de Dios. Y fui bendecido.
La palabra “bendición” proviene del latín bene y dicere: “hablar bien de”. Cuando Jesús miró a la muchedumbre vio a personas tristes y afligidas, perseguidas por religión o política, los rechazados, marginados y pobres. A diferencia de muchos otros, Jesús habló bien de ellos, les habló amablemente y recibieron sus palabras como si salieran de los labios de Dios. Y fueron bendecidos.
El padre Henri Nouwen escribe que la oración es una bendición, un tiempo apartado para que Dios nos bendiga: es decir, para recordarnos que somos amados por Dios, un tiempo para escuchar de los mismos labios de Dios que somos buenos. Es un momento en el que ponemos ante Dios aquellas partes de nosotros que están sufriendo, las partes que no nos gustan: nuestros corazones tristes y doloridos, nuestros brazos gordos, nuestra rabia, inquietud, y miedo. Dios lo ve todo y lo considera amorosamente. Cuando y donde otros pueden ser crueles, y somos crueles con nosotros mismos, Jesús es gentil. Él habla bien de nosotros y nos bendice.
Eres bendecido. Bendito seas.