“May you live in interesting times.”
While sounding like a blessing, this proverb was written as a curse. One presumes that most of us long for less interesting times: those terribly tedious and tiresome stretches of peace, prosperity and tranquility.
Ours are interesting times. What do we do in the face of it? What is our call? Or, as St. Paul says today, how do we live “in a manner worthy of the call [we] have received?” How do we prevent our religious values of racial, economic, and social equity and justice from being mocked and shredded? How do we move beyond fear to build the body, the beloved community, that we hope for?
When they were faced with a wildly hopeless situation—a mountainful of mouths to feed—the disciples said, “Impossible.” With their scarce resources, they didn’t think they had what was needed to respond to their overwhelming circumstances. But—they had Jesus. When they’d reached their limits and couldn’t think or see their way forward, he provided what was needed.
When our resources are spent, when we’re brought to our knees (figuratively or literally) by a situation beyond what we think we can bear and have exhausted all strategies—when we are powerless—we need to rely on another source, One who is not us: Jesus Christ, whose life and spirit is both beyond and within us.
St. Paul calls us today to that “one hope”—at times, our only hope: the hope that God will feed us, heal us, and answer our needs. The hope of our Christian call is that there are possibilities beyond our capability and field of vision that are not outside God’s capacity. Like that loaves and fishes deal. Or better, the resurrection thing.
***
“Que vivas en tiempos interesantes”.
Aunque esto sonará como una bendición, este proverbio fue escrito como una maldición. Después de todo, los tiempos menos interesantes, esos periodos terriblemente tediosos de paz, prosperidad y tranquilidad, son preferibles, eso es lo que uno pensaría.
Nuestros tiempos son interesantes. ¿Qué hacemos ante a ello? ¿Cuál es nuestro llamado? O, como dice hoy San Pablo, ¿cómo vivimos “de una manera digna del llamado que hemos recibido”? ¿Cómo evitamos que nuestros valores religiosos de equidad y justicia racial, económica y social sean objeto de burla y jirones? ¿Cómo podemos ir más allá del miedo para construir el cuerpo, la comunidad amada, que esperamos?
Cuando se enfrentaron a una situación tremendamente desesperada, una montaña llena de bocas que alimentar, los discípulos dijeron: “Imposible”. Con sus escasos recursos, no creían que tuvieran lo que se necesitaba para responder a sus circunstancias abrumadoras. Pero, ellos tenían a Jesús. Cuando llegaron a sus límites y no podían pensar ni ver el camino a seguir, él les proporcionó lo que necesitaban.
Cuando nuestros recursos se agotan, cuando nos ponen de rodillas (en sentido figurado o literal), cuando se han agotado todas las estrategias—cuando nos encontramos impotentes—necesitamos confiar en otra fuente, una que no somos nosotros: Jesucristo, cuya vida y espíritu están más allá y dentro de nosotros.
San Pablo nos llama hoy a la“sola esperanza”: la esperanza de que Dios nos alimente, nos sane y responda a nuestras necesidades. La esperanza de nuestro llamado confía en que hay posibilidades más allá de nuestra capacidad y campo de visión que no están fuera de la capacidad de Dios. Como ese asunto de los panes y los peces. O mejor, el asunto lo de la resurrección.