When valedictorian Bryce Dershem stepped to the lectern at his Voorhees, New Jersey high school graduation, he wanted to share how his mental health challenges worsened when school was interrupted by the pandemic. He began with the customary thank-yous, then told his story: his coming out as gay his freshman year, feeling alone, not knowing who to turn to. Then his microphone suddenly cut out. The principal walked to the lectern, grabbed Dershem’s speech and directed him to read an edited one that did not mention Bryce’s gay identity or mental health struggles. But Bryce finished his own speech from memory. He told his classmates about how the pandemic with its isolation had affected him, how he spent six months getting treatment for anorexia and suicidal thoughts. He said he hoped sharing his story would inspire his classmates to believe in their ability to achieve despite the challenges. He wanted to share a message of hope and inclusion, “letting every single person in that audience know that they are enough and that their identities don’t deserve to be marginalized or criminalized or oppressed.”
Here at Ascension, and in our Northside neighborhood, and in all the other communities we belong to, we encounter what seems to be an ever-broadening array of cultures, ethnic groups, life experiences, and perspectives very different from our own. Living with differences is challenging. We may find some birds of another feather insufferable, even deplorable. So much for celebrating diversity, divinely formed and fashioned though it may be.
St. Paul says today, “Your abundance should supply their needs, so that their abundance may also supply your needs.” Those others, so many so-called “strangers” (strange word!) may have something we desperately need, some mystery God wishes to share with us through them. And yes, sorry, that includes the insufferable and deplorable.
Hearing and reverencing the other has never seemed more urgent. What a noble Christian ambition, a mission of hope and inclusion: to have every person, especially the marginalized, criminalized, and oppressed, know that they are enough; like Jesus, to touch the untouchable, the unclean, the dying and the dead, and utter, “Talitha koum.” “Little one, arise!”
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Cuando Bryce Dershem, el valedictoriano, subió al atril en su graduación de la escuela secundaria en Voorhees, New Jersey, quiso compartir cómo su lucha con la salud mental le fue aún mas difícil cuando sus clases fueron interrumpidas por la pandemia. Comenzó con al agradecimiento habitual, después de esto, comenzó a contar su propia historia: su salida como gay en su primer año, sintiéndose solo, sin saber a quién podía acudir. Entonces, su micrófono se cortó de repente. El director se acercó al atril, tomó el discurso de Dershem y le indicó que leyera uno editado que no mencionaba la identidad gay de Bryce ni sus problemas de salud mental. Pero Bryce terminó su propio discurso de memoria. Contó a sus compañeros cómo le había afectado la pandemia con su aislamiento, cómo pasó seis meses recibiendo tratamiento para la anorexia y los pensamientos suicidas. Dijo que quería compartir su historia y que está, inspirara a sus compañeros de clase a creer en su capacidad para lograrlo, a pesar de los desafíos. Quería compartir un mensaje de esperanza e inclusión, “que cada persona de esa audiencia sepa que es suficiente y que sus identidades no merecen ser marginadas, criminalizadas u oprimidas”.
Aquí en Ascensión, y en nuestro vecindario, y en todas las otras comunidades a las que pertenecemos, nos encontramos con lo que parece ser una gama cada vez más amplia de culturas, grupos étnicos, experiencias de vida y perspectivas muy diferentes a las nuestras. Vivir con diferencias es un reto. Podríamos encontrar a otras personas incómodas, incluso deplorables. No es exactamente una celebración de la diversidad, a pesar de que está creada por Dios.
San Pablo dice hoy: “La abundancia de ustedes remediará las carencias de ellos, y ellos, por su parte, los socorrerán a ustedes en sus necesidades.” Esos otros, tantos de los llamados “extraños” pueden tener algo que necesitamos desesperadamente, algún misterio que Dios desea compartir con nosotros a través de ellos. Y sí, lo siento, eso incluye los incómodos y deplorables.
Escuchar y reverenciar al otro nunca ha parecido más urgente. Qué noble ambición cristiana, una misión de esperanza e inclusión: que todas las personas, especialmente las marginadas, criminalizadas y oprimidas, sepan que son suficientes; como Jesús, tocar a los intocables, a los impuros, a los moribundos y los muertos, y decir: “Talitá kum”. “¡Pequeño, levántate!”