Walker Percy writes, “There are few joys greater than drinking cool water after a serious thirst.”
The thirsty one in today’s gospel is Jesus. We, who usually turn to God for help, find Jesus, the Christ, sitting by a well, but bucketless. Along comes a Samaritan woman and the Savior of the world says, “Give me a drink.” Water is a precious commodity in the desert. Sharing water is extraordinary hospitality, a sure way to connect with a stranger. “Thirsty? Me too. Let’s have a drink.”
Once they’ve begun their conversation, it’s clear that Jesus’ thirst is not for water, but for a relationship—with the woman, yes, but as he’s demonstrated so often, with any who find themselves on the margins because of where they come from, or what they did, or something about them that is foreign to others, that others simply don’t get. A relationship begins with Jesus’ and the woman’s mutual admission: “Thirsty? “Me too.” Hearing the words, “Me too,” is itself like a cool drink of water after a serious thirst.
This Lent, Jesus asks us for a drink of water in the voices of the poor of Malawi, Zambia, and Ghana. You’ve read in the “Wells of Salvation” brochure how women and girls walk miles to collect water from ponds, streams, and holes in the ground. And not clean but contaminated water: that’s all there is. Diarrhea, typhoid, and cholera are common. The absence of water in their lives is a circumstance unfathomable to us who drink and shower and bathe and cook without a passing thought to the gift, the miracle, that water is. “Give me a drink,” they ask. Our response should be as if the Lord himself is doing the asking.
As sure as a well of salvation can appear in Malawi or Samaria, one has sprung at 18th & Bryant. To this well we bring our thirsts, our weakness, our wounds. Here we hear the Savior of the World, most eloquently in his suffering and death, say, “Me too.” Those words are spoken here equally as eloquently in another’s touch, or sometimes in just a glance. “Me too”: like a drink of cool water after a serious thirst.
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Walker Percy escribe: “Hay pocas alegrías más grandes que beber agua fría después de una sed muy grande”.
El sediento en el evangelio de hoy es Jesús. Nosotros, que generalmente acudimos a Dios en busca de ayuda, encontramos a Jesús, el Cristo, sentado junto a un pozo, pero sin un cubo. Llega una mujer samaritana y el Salvador del mundo le dice: “Dame de beber”. El agua es un bien precioso en el desierto. Compartir agua simboliza la hospitalidad, una forma de conectarse con un extraño. “¿Sediento? Yo también. Tomemos una copa”.
Una vez que han comenzado su conversación, está claro que la sed de Jesús no es de agua, sino de entablar una relación, con la mujer, sí, pero como demostró tan a menudo, con cualquiera que se encuentre al marginalizado debido a su lugar de origen, o lo que hicieron, o algo sobre ellos que es extraño para los demás, que otros no entienden. Una relación que comienza con la admisión mutua de Jesús y la mujer: “¿Sediento?” Yo también”. Oir las palabras, “Yo también”, es en si mismo como un trago de agua fría después de una sed muy grande.
Esta Cuaresma, Jesús nos pide un trago de agua en las voces de los pobres de Malawi, Zambia y Ghana. Usted ha leído en el folleto “Verdientes de Salvación” cómo las mujeres y las niñas caminan millas para recoger agua de estanques, arroyos y agujeros en el suelo. Y no es agua limpia sino agua contaminada: pero, eso es todo lo que hay. La diarrea, la fiebre tifoidea y el cólera son comunes. La ausencia de agua en sus vidas es una circunstancia insondable para nosotros que bebemos y nos duchamos y nos bañamos y cocinamos sin pensar en el regalo que es el agua. “Dame de beber”, nos piden. Nuestra respuesta debe ser como si el Señor mismo lo pidiera.
Tan seguro como un pozo de salvación puede aparecer en Malawi o Samaria, uno ha surgido aquí, en 18th & Bryant. A este pozo traemos nuestra sed, nuestras debilidades, nuestras heridas. Aquí escuchamos al Salvador del Mundo, más elocuentemente en su sufrimiento y muerte, decir: “Yo también”. Esas palabras se pronuncian aquí igualmente elocuentemente en el toque de otro, incluso una mirada. “Yo también”: como un trago de agua fría después de una sed muy grande.