“[God] is our Father; even more [God] is our Mother.”
So said Blessed Pope John Paul I. Had Jesus not been born into the deeply patriarchal culture and time in which he was, he himself may have expressed his relationship with God in a similar way. And who knows? He might have given the keys to Mary Magdalene rather than to Peter—or at least left her a spare set. But doing that, or naming God “Mother,” would have marked him seriously deviant and undone his entire enterprise.
“I am in my Father.”
It’s hard to know exactly what it is to “be in a father,” whereas being in a mother is a no-brainer: all of us have been there, done that. We understand what it means to be attached to a mother—quite literally, of course, but also as we remain attached to her following that first radical and traumatic separation. Our very survival depends on our continued attachment to our mother. A faulty attachment—psychologists call it “attachment disorder”—reverberates throughout our lives.
“You are in me and I in you.”
Our quality of life, indeed our very survival, depends on our attachment to Jesus: resting in his arms, his heart, his womb. He carries us and, as he says today, we carry him: the relationship, the intimacy, and the affection are mutual. During this month of May, on this Mother’s Day, and every day it’s good for us, God’s children, to remember the sentiment expressed by German mystic Meister Eckhart: “We are all meant to be mothers of God.”
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“Dioses Padre, más aún, es madre.”
Así lo dijo el Beato Papa Juan Pablo I. Si Jesús no hubiera nacido en la cultura y el tiempo extremadamente patriarcal en el cual vivió, él mismo podría haber expresado su relación con Dios de una manera similar. ¿Y quién sabe? Podría haberle dado las llaves a María Magdalena en lugar de dárselas a Pedro, o al menos haberle dado un juego de llaves de repuesto. Pero hacer eso, o nombrar a Dios “Madre”, lo habría marcado seriamente alejado y deshecho todo su ministerio.
“Yo estoy en mi Padre”.
Es difícil saber exactamente qué es “estar en un padre”, mientras que estar en una madre es obvio: todos nosotros hemos estado allí. Entendemos lo que significa estar apegado a una madre, literalmente, por supuesto, pero también cuando permanecemos apegados a ella después de esa primera separación radical y traumática. Nuestra propia supervivencia depende de nuestro continuo apego a nuestra madre. Un apego defectuoso (los psicólogos lo llaman “trastorno de apego”) repercute a lo largo de nuestras vidas.
“Ustedes están en mí y yo en ustedes”.
Nuestra calidad de vida, de hecho nuestra propia supervivencia, depende de nuestro apego a Jesús: descansar en sus brazos, su corazón, su vientre. Él nos lleva y, como dice hoy, nosotros lo llevamos a Él: la relación, la intimidad y el afecto son mutuos. Durante este mes de mayo, en este Día de la Madre, y todos los días, es bueno para nosotros, hijos de Dios, recordar el sentimiento expresado por el místico alemán Meister Eckhart: “Todos estamos destinados a ser madres de Dios”.