A forthcoming book by The New York Times columnist, Thomas Friedman, is titled, What You Say When You Listen. He says that, in his experience as a journalist in the Middle East, two things happen when you listen. First, you learn something. He regrets the stories he’s gotten wrong because he was talking when he should have been listening. Secondly, he says, when you listen, you signal to others that you respect them. And if others think you respect them, you can tell or ask them anything. If they think you don’t respect them, you won’t even be able to persuade them that the sky is blue.
The first Pentecost was characterized by the miracle of tongues, the Spirit empowering the disciples to proclaim the Good News in a burst of languages. But it would’ve only been gibberish if that event hadn’t been accompanied by the miracle of ears. Rather than persecute the disciples for their radical message, the Spirit bestowed on the Jews of every nation the gift of listening: the capacity to hear, to appreciate, and to understand the extraordinary proclamation.
As we conclude our Easter celebration, we carry with us the essence and core of Jesus’ Resurrection, namely, that even when truth and justice and love are brutalized, beaten down, nailed to a cross, and left for dead, they will rise again. We won’t hear, appreciate, or understand that extraordinary proclamation, that radical truth, unless when we pray, we listen. I talk a lot when I pray. I need to listen more. What I say when I listen in prayer is, “I trust you.” What I say when I listen is, “You’ve got me.” What I say when I listen is, “All shall be well, and all shall be well, and all manner of thing shall be well.” And then what I hear when I listen is, “Peace be with you.”
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Un libro de próxima publicación del columnista, Thomas Friedman, se titula, Lo que dices cuando escuchas. Dice que, en su experiencia como periodista en Oriente Medio, dos cosas suceden cuando escuchas. Primero, aprendes algo. Se arrepiente de las historias en las que se ha equivocado porque estaba hablando cuando debería haber estado escuchando. En segundo lugar, dice, cuando escuchas, indicas a los demás que los respetas. Y si los demás piensan que los respetas, puedes decirles o preguntarles cualquier cosa. Si piensan que no los respetas, ni siquiera podrás persuadirlos de que el cielo es azul.
El primer Pentecostés se caracterizó por el milagro de las lenguas, el Espíritu capacitó a los discípulos para proclamar la Buena Nueva en una explosión de idiomas. Pero solo habría sido un algarabía si ese evento no hubiera estado acompañado por el milagro de las orejas. En lugar de perseguir a los discípulos por su mensaje radical, el Espíritu concedió a los judíos de cada nación el don de la escucha: la capacidad de apreciar y comprender la extraordinaria proclamación.
Al concluir nuestra celebración de Pascua, llevamos con nosotros la esencia y el núcleo de la Resurrección de Jesús, a saber, que incluso cuando la verdad, la justicia, y el amor son brutalizados, golpeados, clavados en una cruz, y dejados por muertos, resucitarán. No escucharemos, apreciaremos o entenderemos esa extraordinaria proclamación a menos que cuando oremos, escuchemos. Hablo mucho cuando rezo. Necesito escuchar más. Lo que digo cuando escucho en oración es: “Confío en ti”. Lo que digo cuando escucho es: “Me tienes”. Lo que digo cuando escucho es: “Todo estará bien, y todo estará bien, y toda clase de cosas estarán bien”. Y entonces lo que escucho es: “La paz esté con ustedes”.