Like the soldiers and rulers sneering and jeering at Jesus, we too may wonder, why doesn’t he do something? When will wars and insurrections, the daily nightmares suffered on this planet, all this dying, end? When will humanity come down from the cross?
The cross, we say poetically, is Jesus’ throne, but really, it takes a lifetime to comprehend this confounding kingship: majesty not found in power and might, but in surrender and unshakeable fidelity, a revolutionary rule that overturns every common notion of strength, a mission culminating not with a fist pump, but outstretched arms.
Jesus doesn’t save himself because he knows he’s already saved. Confident that he is the Beloved, Jesus is unintimidated by death. He willingly becomes the ultimate scapegoat to get us to get it—in other words, to save us.
This poem, sometimes called, “The Romero Prayer,” was written by the late Bishop Kenneth Untener.
It helps, now and then, to step back and take a long view. The kingdom is not only beyond our efforts, it is even beyond our vision. We accomplish in our lifetime only a tiny fraction of the magnificent enterprise that is God’s work. Nothing we do is complete, which is a way ofsaying that the Kingdom always lies beyond us…We cannot do everything, and there is a sense of liberation in realizing that. This enables us to do something, and to do it very well. It may be incomplete, but it is a beginning, a step along the way, an opportunity for the Lord’s grace to enter and do the rest. We may never see the end results, but that is the difference between the master builder and the worker. We are workers, not master builders; ministers, not messiahs. We are prophets of a future not our own.
“Prophets of a future not our own.” Like Jesus himself.
***
Como los soldados que se burlaban de Jesús, nosotros también podemos preguntarnos, ¿por qué no hace algo? ¿Cuándo terminarán las guerras y levantamientos, las pesadillas diarias que se sufren en este planeta, toda esta muerte? ¿Cuándo descenderá la humanidad de la cruz?
La cruz, decimos poéticamente, es el trono de Jesús, pero en realidad, se necesita toda una vida para comprender este desconcertante reinado: una majestad que no se encuentra en el poder y la fuerza, sino en la entrega y la fidelidad inquebrantable, un gobierno revolucionario que derriba toda noción común de fortaleza, una misión que culmina no con un golpe de puño, sino con los brazos extendidos.
Jesús no se salva a sí mismo porque sabe que ya está salvado. Seguro de que él es el Amado, Jesús no se siente intimidado por la muerte. Él se convierte voluntariamente en el chivo expiatorio definitivo para que entendamos—en otras palabras, para salvarnos.
Este poema, a veces llamado “La Oración de Romero,” fue escrito por el difunto obispo Kenneth Untener.
Ayuda, de vez en cuando, dar un paso atrás y tomar una perspectiva amplia.
El reino no solo está más allá de
nuestros esfuerzos, sino que incluso está más allá de
nuestra visión. Logramos en nuestra vida solo una
pequeña fracción de la magnífica empresa que es la obra de Dios.
Nada de lo que hacemos está completo, lo cual es una manera de decir que el Reino siempre está más allá
de nosotros… No podemos hacer todo, y hay un sentido de liberación al darse cuenta de eso. Esto nos permite
hacer algo, y hacerlo muy bien. Puede que esté
incompleto, pero es un comienzo, un paso en el camino
una oportunidad para que la gracia del Señor entre y
haga el resto. Puede que nunca veamos los resultados
finales, pero esa es la diferencia entre el maestro
constructor y el trabajador. Somos trabajadores, no
maestros constructores; ministros, no mesías. Somos
profetas de un futuro que no nos pertenece.
“Profetas de un futuro que no nos pertenece.” Como el mismo Jesús.