I’ve spoken frequently of my devotion to St. Ignatius of Loyola, captivated as I am by his remarkable and instructive conversion story. As a soldier in the Battle of Pamplona, Ignatius was struck by a cannonball. During his convalescence, he read the life of Christ and the lives of the saints and turned toward Jesus. But it would be a year before he surrendered his lucrative military career, laying down his sword and military uniform before an altar dedicated to Our Lady, detaching from those things that might impede his pilgrimage as a disciple of Christ.
Like Ignatius, there may be “cannonball moments” in our lives: some suffering, grief, or meltdown that occasions our collapse into Mercy. Short of that, Jesus counsels us again and again, as he does in today’s gospel, to detach from the stuff, the wealth, any preoccupation, anything that delays our reliance on the One who alone provides what we really need. According to Father Richard Rohr, “Until the present falls apart, we will never look for something more. We will never discover what it is that really sustains us.”
As I closed the church on Friday after a wedding rehearsal, Jesus got my attention, looking at me and loving me, as with the man in the gospel. This space seemed especially beautiful to me: serene, uncluttered, precious, worthy of being cherished as it has for more than a century. Outside, the still-blooming plants affirmed Ascension as an oasis, a sanctuary. I found myself grateful, so grateful, for all this.
You and I are privileged to be Ascension’s stewards in this, its 135th year. For decades, this parish has relied on so many good and generous benefactors outside our community to support us. We wouldn’t have survived without them. But as a generation of donors passes, it becomes more incumbent upon us who know firsthand the oasis and sanctuary that Ascension is, who regularly experience its embrace, to contribute more robustly to sustaining it—not giving cautiously out of fear or complacency, but giving generously out of gratitude for all this, giving confidently out of faith in the One who always provides what we really need: life in abundance.
***
He hablado con frecuencia de mi devoción a San Ignacio de Loyola, he estado cautivado como estoy por su notable e instructiva historia de conversión. Como soldado en la batalla de Pamplona, Ignacio fue alcanzado por una bala de cañón. Durante su convalecencia, leyó la vida de Cristo y de los santos y se volvió hacia Jesús. Pero pasaría un año antes de que dejara su espada y su uniforme militar ante un altar dedicado a Nuestra Señora, renunciando a su lucrativa carrera militar. Esto fue lo que liberó a Ignacio de estar apegado a algo que podría impedir su peregrinación como discípulo de Cristo.
Al igual que Ignacio, puede haber “momentos de bala de cañón” en nuestras vidas: algún sufrimiento, alguna pena o pérdida que ocasiona nuestro colapso en la Misericordia. A falta de eso, Jesús nos aconseja una y otra vez, como lo hace en el evangelio de hoy, que nos desprendamos de la riqueza, de las cosas, de cualquier preocupación que retrase nuestra confianza en Aquel que es el único que nos proporciona lo que realmente necesitamos. Según el padre Richard Rohr, “Hasta que el presente se desmorone, nunca buscaremos algo más. Nunca descubriremos qué es lo que realmente nos sostiene”.
Cuando cerré la iglesia el viernes después de un ensayo de boda, experimenté, como el hombre del evangelio de hoy, a Jesús mirándome y amándome. Este espacio me pareció especialmente hermoso: sereno, despejado, bien cuidado, digno de haber sido apreciado durante más de un siglo. En el exterior, las plantas aún en flor y el suave césped verde afirmaban que Ascensión era un oasis, un santuario. Me sentí agradecido, muy agradecido, por todo ello.
Ustedes y yo tenemos el privilegio de ser los cuidadores de esta iglesia, la Ascensión en este, su 135º año. Durante décadas, Ascensión ha confiado en tantos benefactores buenos y generosos fuera de nuestra comunidad para que nos apoyen. No existiríamos sin ellos. Pero a medida que pasa una generación de donantes, se hace más evidente que nosotros, que conocemos de primera mano el oasis y el santuario que es la Ascensión, que experimentamos regularmente su abrazo, debemos contribuir más sólidamente a sostenerlo, no dando con cautela por miedo o complacencia, sino dando generosamente por gratitud por todo ello. No nos desviemos ni demoremos más confiando en Aquel que nos proporciona lo que realmente necesitamos y queremos, la vida en abundancia.