Couples about to get married might reasonably be asked if they love one another. Theologian Stanley Hauerwas writes, “What a stupid question! How would they know? A Christian marriage isn’t about whether you’re in love. Christian marriage is giving you the practice of fidelity over a lifetime in which you can look back upon the marriage and call it love. It is a hard discipline over many years.” I had the privilege yesterday of celebrating the sacramental marriage of a couple who have been together for 20 years. I trust they know what love is.
I often find myself saying something like, “I love the Northside.” What does that mean? Is it the Northside Parade marching down West Broadway in the 1960s? Do I love the Northside because it’s more interesting than Apple Valley? (With all due respect to Apple Valley.) Or is my love of this community the hard discipline of fidelity in good times and in bad? Does my love of the Northside include defending the vulnerable and marginalized and those most in need: the alien, the widow, the orphan?
Creating a “Beloved Community,” a communion of mutuality and equity, requires loving with the love of God, a love that doesn’t let go. Managing such a love on our own and by ourselves is impossible. It depends radically upon grace. When we assent to a larger love beyond our own, when we companion with Jesus Christ, we can “be God with God,” in the words of a Flemish mystic. Fidelity over a lifetime to this practice transforms us into nothing less than the incarnation of God’s unfettered compassion: “being God with God.”
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Es razonable preguntar a las parejas que están a punto de casarse si se aman. El teólogo Stanley Hauerwas escribe: “¡Qué pregunta tan estúpida! ¿Cómo lo van a saber? Un matrimonio cristiano no se trata de si estás enamorado o no. El matrimonio cristiano te está dando la práctica de la fidelidad a lo largo de toda la vida en la que puedes mirar hacia atrás en el matrimonio y llamarlo amor. Es una disciplina que dura durante muchos años”. Ayer tuve el privilegio de celebrar el matrimonio sacramental de una pareja que lleva 20 años juntos. Confío en que sepan lo que es el amor.
A menudo me encuentro diciendo: “Me encanta el norte de Minneapolis”. ¿Qué significa eso? ¿Es el desfile del Northside marchando por West Broadway en los años 60? ¿Me encanta el norte de Minneapolis porque es más interesante que los suburbios? ¿O es mi amor a esta comunidad en donde se tiene la dura disciplina de la fidelidad en los tiempos buenos y en los malos? Cuando digo que amo el Northside, ¿significa que defiendo a los vulnerables y marginados y a los más necesitados: el extranjero, la viuda, el huérfano?
Crear una “Comunidad Amada”, una comunión de reciprocidad y equidad, requiere amar con el amor de Dios, un amor que no se suelta. Para lograr un amor así por nuestra cuenta y por nosotros mismos es difícil, tal vez imposible. Pero cuando nos abrimos a un amor y a una gracia más allá de los nuestros, cuando nos asociamos con Jesucristo, podemos “ser Dios con Dios”, en palabras de un místico. La fidelidad a lo largo de toda la vida a esta práctica nos transforma en nada menos que la encarnación de la compasión de Dios: “ser Dios con Dios.”