A few years ago, the parents on the animated sitcom South Park blamed Canada for their children’s degenerate behavior after the kids—with parental permission, of course—had watched a Canadian film of questionable taste. They sang,
We must blame them and cause a fuss
Before somebody thinks of blaming us!
“Scapegoating.” In an ancient ritual, people would symbolically lay their sins on a goat and send it over a cliff. No more goat, no more sin.
Jesus today goes to the home of Zacchaeus, a rich tax collector/extortionist. He might have made a pastoral visit to a poor or sick person but Jesus was curious about the curious Zacchaeus. In his outreach to Zacchaeus, Jesus silences the crowd’s grumbling and robs them of a scapegoat, bringing the marginalized Zacchaeus into the circle by declaring him a descendant of Abraham.
Here at the end of Luke’s gospel, Jesus is on his way to Jerusalem, where he will become the most notable scapegoat of all time, willingly undergoing a lynching. But the goat will be raised. Perhaps, Jesus hopes, they will see that their violence is useless, that death is a mirage.
In these divisive times, whether at the store, on the playground, on the freeway, across neighborhoods and nations, we attack “the other,” laying our anger on them, and sending them over a cliff. “We blame them and cause a fuss before somebody thinks of blaming us.” By his cross and resurrection, Jesus sought to relieve our fears and thereby end the consequent scapegoating and violence. Violence must stop, beginning with our anger and scapegoating—because, says the Book of Wisdom, the Lord loathes nothing he has made; the imperishable spirit of the Lord, the lover of souls, is in all things: in all those we curse and blame, in tax collectors and Canadians and outsiders. In us.
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Hace unos años, los padres de la comedia animada South Park culparon a Canadá por el comportamiento degenerado de sus hijos después de que los niños, con el permiso de los padres, habían visto una película canadiense inapropiada. Ellos cantaron,
Debemos causar un escándalo y culparlos
¡Antes de que alguien piense en culparnos!
“Chivo expiatorio”. En un ritual antiguo, la gente simbólicamente ponía sus pecados en un chivo y lo enviaba por un acantilado. No más chivo, no más pecado.
Jesús hoy va a la casa de Zaqueo, un rico publicano/extorsionador. Podría haber hecho una visita pastoral a una persona pobre o enferma, pero Jesús tenía curiosidad por el curioso Zaqueo. En su acercamiento a Zaqueo, Jesús silencia las quejas de la multitud y les quita un chivo expiatorio, trayendo al marginado Zaqueo al círculo al declararlo descendiente de Abraham.
Aquí, al final del evangelio de Lucas, Jesús está en camino a Jerusalén, donde se convertirá en un chivo expiatorio y sufrirá voluntariamente un linchamiento. Pero el chivo será resucitado. Tal vez, Jesús espera, que la gente vea la violencia es inútil, que la muerte es un espejismo.
En estos tiempos divisivos, ya sea en la tienda, en el patio de recreo, en la autopista, en vecindarios y naciones, atacamos al “otro”, poniendo nuestra ira sobre ellos y los enviamos por un precipicio. “Debemos causar un escándalo y los culpamos antes de que alguien piense en culparnos”. Con su cruz y resurrección, Jesús buscó aliviar nuestros temores y así terminar con el consiguiente chivo expiatorio y violencia. La violencia debe detenerse, comenzando con nuestra ira y chivos expiatorios, como dice el libro de la Sabiduría, el Señor no aborrece nada de lo que ha hecho, y el espíritu inmortal del Señor, que ama la vida, está en todos los seres: en todos aquellos a quienes maldecimos y culpamos, en los publicanos, en los canadienses, en los extrañeros y en nosotros.