Marriage, I’m told, is not for wimps, as evidenced in Jesus’ serious stand on divorce. Notably, the all-important context of Jesus’ response to the Pharisees is the patriarchy of his first century culture. It permitted a man to “dismiss,” that is, to desert, his wife and children at will. That had devastating consequences. Without a man in the house, women and children, who had no social standing, lost their entire security net. Jesus’ preeminent concern, therefore, is the wellbeing of women and children: contesting the assumption that they are disposable possessions. That St. Mark placed Jesus’ embrace of a child immediately after that discussion is not accidental. The Pharisees would have been equally as perturbed by his soft spot for kids as they were for his deference to women. Jesus is always on the side of the vulnerable and powerless.
If marriage is a sacrament, that is, a visible, tangible re-presentation of God’s faithful love, then a marriage that does not mirror such faithful love is not a sacrament. Those whose marriages are absent this love, who divorce after painstaking and often excruciating discernment, do not in any way undermine marriage. To the contrary, by rejecting counterfeit marriage, they affirm the sanctity of the sacrament.
God created us for communion; human beings are designed for companionship. But as good as a spouse, lover, or companion may be, they are no Jesus Christ. No one has the capacity to answer another person’s deepest desires and needs. Despite the inevitable grief, the collapse of a relationship is a grace when it impels us into the arms of a greater love, the first love, the ever-faithful forever lover, Jesus Christ. All lesser loves, says Father Richard Rohr, are “training wheels.” Only the ultimate embrace, God’s undivorceable love, fills and stills our love-hungry hearts.
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El matrimonio, me dicen, no es para cobardes, como se evidencia en la postura seria de Jesús sobre el divorcio. El contexto de la respuesta de Jesús a los fariseos es el patriarcado aceptado de su cultura del primer siglo. Permitía al hombre abandonar a su esposa e hijos a voluntad. Eso tenía consecuencias devastadoras. Sin un hombre en la casa, las mujeres y los niños, que no tenían posición social, perdían toda su red de seguridad. Por lo tanto, la preocupación predominante de Jesús es el bienestar de las mujeres y los niños: deshacer la suposición de que son posesiones que se pueden desechar. Que San Marcos pusiera aquí el abrazo de Jesús a un niño no es casual. Los fariseos habrían estado tan perturbados por su ternura por los niños como por su consideración hacia las mujeres. Jesús siempre está del lado de los vulnerables y débiles.
Si el matrimonio es un sacramento, es decir, una re-presentación visible y tangible del amor fiel de Dios, entonces los matrimonios que no reflejan ese amor fiel no son sacramentos. Aquellos que saben que sus matrimonios están ausentes de este amor, que se divorcian después de un discernimiento minucioso y a menudo insoportable, no están de ninguna manera destruyendo el matrimonio. Por el contrario, al rechazar el matrimonio falso, afirman la santidad del sacramento.
Dios nos creó para la comunión. Los seres humanos están diseñados para el compañerismo. Pero por muy bueno que sea un cónyuge, un amante o un compañero, no son Jesucristo. Nadie tiene la capacidad de responder a los deseos y necesidades más profundos de otra persona. A pesar del dolor inevitable, la muerte de una relación es una gracia cuando nos impulsa a los brazos de un amor más grande, el primer amor, el amante siempre fiel y eterno, Jesucristo. Todos los amores menores, escribe el padre Richard Rohr, son “ruedas auxiliares”. Nuestros corazones hambrientos de amor solo serán llenados y aquietados por el abrazo supremo, el amor indivorciable de Dios