Long before their more recent despicable tactics to depersonalize immigrants to this country, some politicians insisted on the term “illegal aliens” to describe the immigrant poor, a label that suggests creatures from another planet. But suppose we Christians substitute the term “illegal alien” with “missionary” or “disciple.” Immigrants are not “invaders,” says Pope Francis in his Message for the 108th World Day of Migrants and Refugees, “but willing laborers who rebuild the walls of the new Jerusalem, that Jerusalem whose gates are open to all peoples.”Their inclusion, the Pope says, “is the necessary condition for full citizenship in God’s Kingdom.” Indeed, today’s gospel makes clear that letting Lazarus in is one way to stay out of hell. It’s good to have friends in low places.
The Pope points to Isaiah’s prophecy where the arrival of foreigners is presented as a source of enrichment: “The abundance of the sea shall be brought to you, and the wealth of the nations shall come to you.” In Isaiah’s prophecy, the inhabitants of the new Jerusalem always keep the gates of the city wide open, so that foreigners may come in, bringing their gifts: “Your gates shall always be open; day and night they shall not be shut, so that nations shall bring you their wealth.”
How can we begin to measure the gifts, the wealth brought through Ascension’s gates by immigrants for 130 years? German, Irish, Mexican, Guatemalan, Nigerian, Ecuadoran? It’s what we call “life in abundance.”
While a gate may keep someone out, it’s also the way in. It’s an opening not a barrier, an entrance not an exit.
Who is the Lazarus camping outside our gate today?
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Antes de sus tácticas despreciables más recientes para despersonalizar a los inmigrantes a este país, algunos políticos insistieron en el término “extranjeros ilegales” para describir a los inmigrantes pobres, una etiqueta que sugiere criaturas de otro planeta. Pero supongamos que los cristianos sustituimos el término “extranjero ilegal” por “misionero” o “discípulo”. Los inmigrantes no son “invasores”, dice el Papa Francisco en su Mensaje para la ciento ochoava Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, “sino trabajadores dispuestos a reconstruir los muros de la nueva Jerusalén, esa Jerusalén cuyas puertas están abiertas a todos los pueblos”. Su inclusión, dice el Papa, “es la condición necesaria para la plena ciudadanía en el Reino de Dios”. De hecho, el evangelio de hoy deja en claro que dejar entrar a Lázaro es una forma de mantenerse fuera del infierno. Es bueno tener amigos en lugares bajos.
El Santo Padre señala la profecía de Isaías donde la llegada de extranjeros se presenta como una fuente de enriquecimiento: “Se volcarán sobre ti los tesoros del mar y las riquezas de las naciones llegarán hasta ti”. En la profecía de Isaías, los habitantes de la Nueva Jerusalén mantienen siempre las puertas de la ciudad abiertas de par en par, para que puedan entrar los extranjeros con sus dones: “Tus puertas estarán siempre abiertas, no se cerrarán ni de día ni de noche, para que te traigan las riquezas de las naciones”.
¿Cómo se pueden medir los dones, la riqueza traída a través de las puertas de la Ascensión por los inmigrantes durante estos 130 años?¿Alemán, irlandés, nigeriano, mexicano, guatemalteco, ecuatoriano? Es lo que llamamos “la vida abundante”.
Si bien una puerta puede mantener a alguien fuera, también es el camino de entrada. Es una abertura, no una barrera, una entrada, no una salida.
¿Quién es ese Lázaro que está hoy acampando fuera de nuestra puerta?